1991
ENCUENTRO
CON LA SOMBRA.
ERMG
DEL
PRÓLOGO
1
Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr.
Jekyll y un Mr. Hyde, una persona afable y una entidad tenebrosa.
2
Bajo la máscara del Yo consciente se ocultan
todo tipo de emociones y conductas negativas: rabia, celos, resentimiento,
codicia, lujuria, mentira, tendencias asesinas y suicidas... Este territorio
inexplorado de nosotros mismos es conocido en psicología como la sombra
personal.
3
Todo
el mundo tiene una sombra, contrapartida de su ego. Una sombra que comienza ya
a desarrollarse en la infancia, a través de la educación, cuando negamos la
parte oscura de nosotros mismos y finjimos identificarnos con nuestros ideales;
una sombra que permanece siempre al acecho y que emerge con fuerza en cualquier
momento.
Así,
por ejemplo, cuando sentimos un inexplicable sentimiento de antipatía hacia
alguien, o cuando descubrimos un rasgo inaceptable en nosotros mismos, o cuando
repentinamente nos invade el odio, la envidia, la vergüenza.
4
Encontrar
la propia sombra, enfrentarse con ella, aprovechar su poderosa energía, todo
ello pertenece a la autorrealización más profunda del ser humano. Ya dijo Jung
que uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo
consciente la oscuridad.
5
Encuentro
con la sombra ofrece una visión panorámica del lado oscuro de la naturaleza
humana, tal y como surge de las relaciones, en el trabajo, en la familia, en la
sexualidad, en la política, en la terapia, en el crecimiento personal...
6
Encuentro
con la sombra nos enseña a alcanzar una genuina auto-aceptación, a aprovechar
las emociones negativas, a superar la culpa, a reconocer nuestras
"proyecciones", a usar diversas actividades -tales como la escritura,
el dibujo, los sueños- para recuperar la parte rechazada de nosotros mismos. Porque
en la oscuridad de la sombra está también nuestra plenitud.
FRASES
Y PÁRRAFOS
1
En
1886 -más de una década antes de que Freud se zambullera en las profundidades
de la mente humana- Robert Louis Stevenson tuvo un sueño muy revelador en el
que un hombre perseguido por haber cometido un crimen ingiere una pócima y
sufre un cambio drástico de personalidad que le hace irreconocible. De esta
manera, el Dr. Jekyll, un amable y esforzado científico, termina
transformándose en el violento y despiadado Mr. Hyde, un personaje cuya maldad
iba en aumento a medida que se desarrollaba el sueño. Stevenson utilizó la
materia prima de este sueño como argumento para escribir su hoy famoso El
Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
2
La
sombra personal se desarrolla en todos nosotros de manera natural durante la
infancia. Cuando nos identificamos con determinados
rasgos ideales de nuestra personalidad -como la buena educación y la generosidad,
por ejemplo, cualidades que, por otra parte, son reforzadas sistemáticamente
por el entorno que nos rodea- vamos configurando lo que W. Brugh Joy llama el
Yo de las Resoluciones de Año Nuevo.
No
obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la sombra aquellas otras
cualidades que no se adecuan a nuestra imagen ideal -como la grosería y el
egoísmo, por ejemplo -. De esta manera, el ego y la sombra se van edificando
simultáneamente, alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.
3
Nosotros
no podemos percibir directamente el dominio oculto de la sombra ya que ésta, por
su misma naturaleza, resulta difícil de aprehender. La sombra es
peligrosa e inquietante y parece huir de la luz de la conciencia como
si ésta constituyera una amenaza para su vida.
4
Pero
aunque no podamos contemplarla directamente la sombra aparece continuamente en
nuestra vida cotidiana y podemos descubrirla en el humor (en los chistes
sucios o en las payasadas, por ejemplo) que expresan nuestras emocio
nes más ocultas, más bajas o más temidas. Cuando algo nos resulta muy divertido
-el resbalón sobre una piel de plátano o el descubrimiento de un tabú
corporal-, también nos hallamos en presencia de la sombra. Según John A.
Sanford, la sombra suele ser la que ríe y se divierte, por ello es muy pro
bable que quienes carezcan de sentido del humor tengan una sombra muy reprimida.
5
En
los dinteles de piedra del hoy derruido templo de Apolo en Delfos -construido
sobre una de las laderas del monte Parnaso- los sacerdotes grabaron dos
inscripciones, dos preceptos, que han terminado siendo muy fa mosos y siguen
conservando en la actualidad todo su sentido. En el primero de ellos,
«Conócete a t i mismo», los sacerdotes del dios de la luz aconsejaban
algo que nos in cumbe muy directamente: conócelo todo sobre ti mismo, lo cual podría
traducirse como conoce especialmente tu lado oscuro.
6
La
segunda inscripción cincelada en Delfos, «Nada en exceso», es,
si cabe, todavía más pertinente a nuestro caso. Según E. R. Dodds, se trata de
una máxima por la que sólo puede regirse quien conoce a fondo su lujuria, su
orgullo, su rabia, su gula -todos sus vicios en definitiva - ya que sólo quien
ha comprendido y aceptado sus propios límites puede decidir ordenar y humanizar
sus acciones.
7
Según
el novelista Tom Robbins «descubrir la sombra nos permite estar en el lugar
correcto del modocorrecto». Cuando mantenemos una relación correcta con la
sombra el inconsciente deja de ser un monstruo diabólico ya que, como señalaba
Jung, «la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida
atención».
8
En
1945 Jung definió a la sombra como lo que una persona no desea ser. «Uno
no se ilumina imaginando figuras de luz -afirmó- sino haciendo consciente la
oscuridad, un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, impopular».
9
LA SOMBRA EN LA HISTORIA Y LA LITERATURA
(Anthony
Stevens)
A
lo largo de la historia de la cristiandad el miedo a «caer» en la iniquidad se
ha expresado como temor a «ser poseído» por los poderes de la oscuridad. Los
cuentos de vampiros y de hombres lobo -que posiblemente han acompañado a la
historia de la humanidad desde tiempos ancestrales y cuya
versión
más reciente es el Conde Drácula de Bram Stoker despiertan, al mismo
tiempo, nuestra
fascinación
y nuestro horror.
Quizás
el ejemplo más famoso de posesión nos lo pro porcione la leyenda de Fausto
quien, hastiado de llevar una virtuosa existencia académica, termina sellando
un pacto con el mismo diablo. Hasta ese momento Fausto se había
consagrado a una búsqueda denodada del conocimiento que terminó conduciéndole a
un desarrollo unilateral de los aspectos intelectuales de su personalidad -con
la consiguiente represión y «destierro» al inconsciente de gran parte del
potencial de su Yo. Como sucede habitualmente en tales casos la energía psíquica
reprimida no tardó en reclamar su atención.
Desafortunadamente,
sin embargo, Fausto no entabló un diálogo con las figuras que emergen de su inconsciente
ni se ocupó de llevar a cabo un paciente autoanálisis que le permitiera
asimilar la sombra, sino que se abandonó, «cayó» y «terminó siendo poseído».
El
problema es que Fausto creía que la solución a sus dificultades
consistía en «más de lo mismo» -es decir, adquirir todavía más conocimiento -
con lo cual no hizo más que perseverar obstinadamente en el viejo patrón
neurótico. Cuando Fausto «personificó» a la sombra quedó fascinado por su
numinosidad y, como sucedió también en el caso del Dr Jekyll -otro
intelectual aquejado de un problema similar sacrificó a su ego y sucumbió al
hechizo de la sombra. A consecuencia de este error ambos cayeron en una
situación temida por todos: Fausto terminó convirtiéndose en un bebedor y un
libertino y Jekyll se transformó en el monstruoso Mr. Hyde. En cierto
sentido, la atracción que ejercen las figuras de Fausto y Mefisto -o de Jekyll
y Hyde- dimana del hecho de que ambos encarnan un problema arquetípico y
asumen la empresa heroica de llevar a cabo algo que el resto de los
seres humanos eludimos constantemente. Nosotros, como Dorian Gray,
optamos por mantener ocultas nuestras cualidades negativas -en la
esperanza de que nadie descubrirá su existencia- mientras mostramos un rostro
inocente al mundo (la persona); creemos que es posible vencer a la sombra,
despojarnos de la ambigüedad moral, expiar el pecado de Adán y -de nuevo Uno
con Dios retornar al Jardín del Paraíso. Por ello inventamos Utopías,
Eldorados o Shangrilas -lugares en los que la maldad es desconocida- por
ello nos consola mos con la fábula marxista o rousseauniana de que el mal no se
aloja en nuestro interior sino que es fruto de una sociedad «corrupta» que nos
mantiene encadenados y que basta con cambiar a la sociedad para erradicar el
mal definitivamente de la faz de la Tierra.
La
historia de Jekyll y de Fausto -al igual que el relato bíblico del pecado de
Adán- son alegorías con moraleja que nos recuerdan la persistente realidad del
mal y nos mantienen ligados a la tierra.
Se
trata de tres versiones diferentes del mismo tema arquetípico: un hombre,
hastiado de su vida, decide ignorar las prohibiciones del superego, liberar a
la sombra, encontrar el anima, «conocerla» y vivir. Las tres, sin embargo, van
demasiado lejos y cometen el pecado de hubris con lo cual terminan condenándose
inexorablemente a nemesis. «El precio del pecado es la muerte».
La
ansiedad que conllevan todas estas historias no es tanto el temor a ser
descubiertos como a que el aspecto oscuro escape de nuestro control. Todos los
relatos de ciencia ficción -cuyo prototipo hay que buscarlo en el Frankenstein
de Mary Shelley- pretenden despertar el desasosiego del lector. En El Malestar
de la Cultura, Freud ilustra claramente su profunda comprensión de este
problema. Sin embargo, la época y las circunstancias vitales que le rodearon
-clase media vie nesa de fines del siglo XIX- le llevaron finalmente a concluir
que la tan temida maldad -reprimida tanto por los hombres como por las mujeres-
era de naturaleza estrictamente sexual. Su sistemático análisis de este aspecto
de la sombra y el simultáneo declive del poder del superego judeocristiano
terminaron expurgando a los demonios eróticos de nuestra cultura y allanaron el
camino para que muchos contenidos de la sombra pudieran integrarse en la
personalidad total del ser humano sin exigir a cambio el tributo del
sentimiento de culpabilidad que tanto había afligido a las generaciones
anteriores. Este excepcional ejemplo colectivo ilustra claramente el valor
terapéutico que Jung atribuía al proceso analítico de reconocimiento e integración
de los distintos componentes de la sombra.
—Lo
peor de la sombra no es el deseo sexual. Es el ansia de poder y destrucción.
—Anthony
Storr hace la interesante sugerencia de que esta omisión también pudiera
deberse al sentimiento de culpa de Freud respecto de la defección de Alfred
Adler que precisamente había abandonado el movimiento psicoanalítico debido a
su convicción de que en la etiología de la psicopatología humana el instinto de
poder jugaba un papel mucho más importante que el deseo sexual.
—Nuestra
época está atravesando un momento crítico de la historia de la humanidad y, si
no nos aniquilamos a nosotros mismos y a la mayor parte de las especies de la
faz de la tie rra, la ontogenia terminará triunfando sobre la filogenia. Hacer
consciente la sombra se ha convertido en nuestro imperativo biológico
fundamental.
10
EL DR. JEKYLL Y MR. HYDE
(John
A. Sanford)
—Comencemos
comparando las descripciones de Jekyll y Hyde que nos ofrece Stevenson.
Jekyll «era un hombre de unos cincuenta años, alto, fornido, de rostro
delicado, con una expresión algo astuta, quizás, pero que revelaba inteligencia
y bondad». No existe, por tanto, razón alguna para suponer que Jekyll careciera
de cualidades positivas. Tan sólo la alusión a su «expresión algo astuta» nos
hace sospechar que bajo su apariencia apacible y bondadosa podría ocultarse una
personalidad mucho más problemática.
—En
otro momento el mismo Jekyll se describe a sí mismo con más detalle diciendo
que era un hombre «merecedor del respeto de los mejo res y más sabios de mis
semejantes», lo cual confirma que su aparente bondad y amabilidad encubría un
deseo desmedido de aprobación social que le llevó a adoptarmuna pose ante la
galería o, lo que es lo mismo, que su amabilidad tenía como único objetivo
conseguir la aprobación y el respeto de los demás.
Jekyll,
sin embargo, también subraya otro rasgo de su personalidad, «una disposición
alegre e impaciente» que termina conduciéndole a una búsqueda de ciertos
placeres difícil de compaginar con su «imperioso deseo» de gozar de la
admiración de los demás, una contradicción que le hizo adoptar «una actitud de
continencia desusadamente grave». En otras palabras, su exagerada rigidez era
una máscara que cumplía con la función de proteger esa faceta de su
personalidad que deseaba mantener oculta y por la que sentía «una vergüenza
casi morbosa». En consecuencia, Jekyll escribió: «Oculté mis placeres y... me
entregué a una doble vida».
—Jekyll
demuestra tener cierto grado de comprensión psicológica. Cuando se da cuenta de
la dualidad de su propia naturaleza declara que «el hombre no es
verdaderamente uno, sino dos» e incluso aventura la hipótesis -confirmada
por los re cientes descubrimientos de la psicología profunda- de que el ser
humano es un conglomerado de personalidades diversas. Jekyll advierte que
su dualidad es «verdadera» y «primitiva» - es decir, arquetípica- y, por tanto,
inseparable de la estructura psicológica fundamental del ser humano.
—Lamentablemente,
sin embargo, la profundidad de su comprensión psicológica -que podría haber contribuido
a un desarrollo considerable de su conciencia - se ve dificultada, como vere
mos más adelante, por un desafortunado error de apreciación.
Stevenson
describe a Hyde como un hombre joven, de corta estatura y apariencia perversa
que da la impresión de tener algún tipo de deformidad. «No parecía un ser
humano sino un monstruo», un ser cuya mera visión despertaba la repugnancia y
el rechazo de los demás, un individuo carente del más mínimo asomo de
conciencia moral y de sentimiento de culpa que tenía «la misma sensibilidad que
un banco de madera» y que parecía incapaz de cualquier tipo de sentimiento
humano. La sombra contiene toda la energía reprimida inconsciente, por tanto no
debe extrañarnos que Hyde sea descrito como un individuo joven. Es por ello que
cuando el individuo toma conciencia de la sombra suele establecer contacto con
una fuente de energía renovadora. Por otra parte, su corta estatura y su
apariencia deforme indican que la sombra de Jekyll no había salido muy a menudo
a la luz del sol y que se había visto obligado -como los árboles que crecen
entre rocas a la sombra de otros árboles - a vivir la mayor parte del tiempo en la oscuridad del
inconsciente.
—
La ausencia de conciencia moral de Hyde, descrita por Jekyll como «una disolución
de los vínculos de todas mis obligaciones», constituye también una característica
fundamental de la sombra. Pareciera como si la sombra abandonara los
sentimientos y las obligaciones morales en manos del ego y entonces, carente ya
de conciencia moral, se entregase a la satisfacción de todo tipo de impulsos
prohibidos.
—No
obstante, el aspecto más relevante de Edward Hyde proviene del comentario hecho
por Jekyll cuando tomó la pócima y se transformó en Hyde por vez primera:
«Supe... que era ahora más perverso, diez veces más perverso, un esclavo
vendido a mi maldad original». Al comienzo del relato Jekyll nos habla de una
cierta «disposición alegre e impaciente», un rasgo de su personalidad que le
conduce a una búsqueda del placer que puede llevarle a cometer alguna que otra
travesura. Pero una vez que se ha convertido en Hyde descubre que su perversión
va mucho más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar. Esta descripción nos
muestra que la sombra no se asienta tan sólo en los estratos más profundos de
la personalidad sino que también hunde sus raíces en un nivel arquetípico tan
poderoso que Jekyll llega a decir que Hyde es el único ser humano que conoce la
maldad en estado puro. De este modo, las candorosastravesuras de Jekyll pronto terminan
convirtiéndose en una actividad realmente diabólica, como lo demuestra el
espantoso asesinato del Dr. Carew lle vado a cabo por el simple placer de
destruir y hacer el mal. Es esta misma cualidad diabólica arquetípica -que
resulta también evidente en todas aquellas situaciones en las que una persona
mata a sangre fría a otras sin el menor remordimiento aparente, como el crimen
o la guerra- la que nos conmociona, nos fascina y nos arrastra a leer
diariamente las horribles noticias que aparecen en las páginas de sucesos del
periódico.
En
cierta ocasión C. G. Jung dijo que somos lo que hacemos, lo cual puede
ayudarnos a comprender mejor la causa del proceso de degradación de Jekyll. Una
vez que Jekyll ha tomado -aunque no fuera más que en una sola ocasión- la
decisión de ser Hyde, tiende a convertirse en Hyde porque la decisión deliberada
de hacer el mal nos torna malvados. Es por ello que la solución al problema de
la sombra no consiste en que el ego se identifica con un arquetipo, sino que
tiende a ser devorado y poseído por él.
Jekyll
albergaba la esperanza de poder convertirse en Hyde a voluntad pero cuando se
da cuenta de que se está transformando involuntariamente en Hyde y de que éste
comienza a dominarle, parece tomar conciencia del inminente peligro que se
cierne sobre él. Entonces la seguridad inicial que le había llevado a afirmar
«puedo deshacerme de ese t al Mr. Hyde en el momento en que lo desee» desparece
por completo. Esta despreocupación por el mal es patente en el pasaje en el que
Jekyll se sienta en un banco y considera que, después de todo, es «un hombre
como los demás» y compara su búsqueda comprometida del
bien con la «perezosa crueldad» del egoísmo de sus semejantes. Así pues, su
indiferencia con respecto al mal y su deseo de escapar a la tensión de su
naturaleza dual son los hitos que jalonan el camino que termina conduciéndole a
la destrucción.
En
ese momento Jekyll toma la firme determinación de romper todo vínculo con Hyde,
la parte oculta de su personalidad, llegando incluso a declarar a Utterson: «Te
juro por el mismo Dios... te juro por lo más sagrado, que no volveré a verle
nunca más. Te doy mi palabra de caballero de que he terminado con Hyde para el
resto de mi vida». Jekyll retoma entonces su antigua vida, se convierte en un
devoto y se entrega con ahínco a las obras de caridad.
Pero,
al parecer su devoción religiosa era puramente formal -y, por tanto, poco
sincera y se limitaba a asistir a los oficios religiosos. Su única esperanza
era la de que su aspira ción religiosa le protegiera del poder de Hyde, una
motivación muy frecuente en personas aparentemente religiosas, especialmente en
aquellas confesiones que censuran el pecado, amenazan con el castigo eterno y
promueven las buenas obras como único camino hacia la salvación. Este tipo de
religio sidad, en el fondo, tiende a atraer a quienes luchan, consciente o
inconscientemente, por mantener a la sombra bajo su control.
En
el caso de Jekyll, sin embargo, esta tentativa manifiesta su ineficacia ya que,
de ese modo, la sombra no desaparece sino que, por el contrario, se acrecienta
y pugna, con más fuerza que nunca, por salir a la superficie y adueñarse de la
personalidad de Jekyll para poder vivir a su antojo. Todo intento por mantener
a la sombra confinada a la oscuridad del psiquismo está abocado al fracaso. De
este modo, Stevenson nos recuerda que, si bien ceder a los dictados de la
sombra no constituye una respuesta a este problema, tampoco lo es su represión
ya que ambas alternativas terminan escindiendo en dos a la personalidad.
Si
lo consideramos con más detenimiento, tanto su intención de cortar toda
relación con Hyde como su supuesta re ligiosidad nada tienen que ver con la
conciencia moral sino más bien con su deseo de supervivencia personal. No son
pues motivos espirituales los que le impulsan a tratar de someter a Hyde sino
tan sólo el miedo a su propia destrucción. El hecho de que incluso en plena
crisis de arrepentimiento no terminara destruyendo las ropas de Hyde ni
abandonase su casa en el Soho evidencia claramente que bajo la superficie de su
personalidad todavía persistía una atracción no reconocida hacia el mal. Jekyll
sólo hubiera podido salvarse del mal si su espíritu se hubiera impregnado de
algo mucho más poderoso, pero al ceder al impulso de transformarse en Hyde,
Jekyll vació su alma y, de este modo, permitió que el mal tomara posesión de
ella.
Su
principal error fue el de pretender escapar de la tensión entre los opuestos
que se desplegaban en su interior. Como ya hemos visto, el Dr. Jekyll conocía
la dualidad que albergaba en su propia naturaleza - era consciente de que
dentro de él habitaba otro ser cuyos deseos iban en contra de su necesidad de aprobación
social- y estaba dotado, por tanto, de una comprensión psicológica superior a
la de la mayoría de sus semejantes. Si hubiera profundizado en esta comprensión
hasta el punto de sostener la tensión entre los opuestos su personalidad
hubiera podido seguir creciendo hacia la individuación. Sin embargo, Jekyll no fue
capaz de sostener esa tensión y eligió tomar una pócima que le permitiera
seguir siendo Jekyll y Hyde y disfrutar, al mismo tiempo, de los
placeres y ventajas de ambos aspectos de su psiquismo sin tener que padecer,
por ello, tensión ni sentimiento de culpa alguno. Jekyll no se sentía responsable
de Hyde, por ello declaró en cierta ocasión: «Después de todo el único culpable
ha sido Hyde».
Aquí
reside la clave para intentar resolver el problema de la sombra. Jekyll cometió
el error de querer escapar de la tensión de los opuestos. Si queremos que
nuestro propio drama con la sombra concluya felizmente debemos ser capaces de
sostener la tensión que Jekyll no pudo soportar. Tanto la represiónde la sombra
como la identificación con ella constituyen intentos infructuosos de huir de la
tensión de los opuestos, meras tentativas de «aflojar las ataduras» que
mantienen unidos los aspectos luminosos y los aspectos oscuros de nuestro
psiquismo. Así pues, si bien el intento de escapar al sufrimiento que provoca
esta situación puede conducimos al desastre psicológico, el hecho de sostener
la tensión de los, opuestos conlleva, en cambio, la posibilidad de contribuir
al logro de una mayor integración psicológica.
Sostener
la tensión de los opuestos, estar a mitad de camino entre ellos, es un acto
difícil de soportar que puede equipararse a la crucifixión, un estado en el que
es posible que la gracia de Dios descienda sobre nosotros. El problema de los
opuestos no admite una solución racional y jamás podrá resolverse en el nivel
del ego pero cuando tomamos conciencia de ello, el Yo -la Imago Dei que habita en
nuestro interior- puede favorecer el logro de una síntesis irracional de la
personalidad.
Por
decirlo de otro modo, cuando soportamos conscien temente la carga de nuestros
opuestos, todos los procesos secretos, irracionales y curativos inconscientes
coadyuvan en la labor de integración de nuestra personalidad. Este proceso de
curación irracional, que supera obstáculos aparentemente infranqueables, tiene
una cualidad inconfundiblemente femenina. La mente racional, lógica y masculina
es la que declara que opuestos como el ego y la sombra, la luz y la oscuridad
jamás podrán integrarse.
Sin
embargo, el espíritu fe menino es capaz de alcanzar una síntesis más allá de la
ló gica. No es de extrañar, pues, que en el relato de Stevenson las figuras
femeninas sean vagas y escasas y que, en las pocas ocasiones en que aparezcan,
lo hagan bajo una perspectiva completamente negativa. Todos los personajes
significativos del relato son masculinos -Jekyll, Enfield, Utterson, Poole, el
experto calígrafo Mr. Guest, el Dr. Lanyon- y la figura femenina parece
relegada al papel de mera comparsa. Las únicas figuras femeninas que se
mencionan en el relato son el ama de llaves de la casa de Hyde -una mujer de
«expre sión maligna temperada por la hipocresía»-, la doncella asustada que
«prorrumpió en un gimoteo histérico» la noche en que Utterson se dirigía a casa
de Jekyll, la niña atropellada y las mujeres -«salvajes como arpías»- que se
congregaban en tomo a Hyde. El mismo Hyde es descrito, la última noche,
«llorando como una mujer o un alma en pena». La única alusión positiva a la
mujer -o al principio femenino - es la joven que presencia el asesinato
del Dr. Carew, pero aún así tampoco pudo evitar desmayarse.
Lo
femenino, en suma, apenas si tiene cabida en el rela to de Stevenson y cuando
aparece presenta un aspecto frío, débil, inepto, desamparado, etcétera, es
decir, incapaz de prestar el menor tipo de ayuda. Sin embargo, el poder de lo
fe menino es el único que puede ayudarnos a resolver este pro blema racionalmente
insoluble. Psicológicamente hablando podríamos decir que cuando se rechaza la conciencia
psicológica -como hizo Jekyll- nuestra parte femenina, nuestra alma, se
debilita, languidece y cae en un estado de postración profunda, lo cual es una
verdadera tragedia.
Convendría
también dedicar unas pálabras a la figura de Mr. Utterson ya que su retrato
testimonia de manera manifiesta la notable habilidad narrativa de Stevenson.
Tengamos en cuenta que, si bien la mayor parte del relato nos llega a tra vés
de los ojos y las vivencias de Mr. Utterson, Stevenson desdibuja deliberadamente
su personaje hasta el punto de pasar casi completamente desapercibido. Utterson
nos agrada, podemos imaginarlo con facilidad, podemos anticipar sus
pensamientos, sus sentimientos y sus reacciones pero el foco de atención del
relato siemp re se dirige hacia el enigma del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde,
y Utterson jamás llega a ocupar el centro de la escena. Es por ello que
fácilmente podríamos subestimar al personaje de Utterson como un mero recurso
estilís tico, como un personaje necesario para el discurso aunque irrelevante
con respecto al tema del bien y el mal.
Pero,
en realidad, Utterson es mucho más importante de lo que parece a simple vista porque
es el único personaje cuya sensibilidad se ve conmovida por el mal y que toma
plena conciencia tanto del ego como de la sombra, tanto del bien como del mal.
Utterson representa así al único ser humano que tiene la suficiente fortaleza
emocional como para verse conmovido por el mal y resistir, sin embargo, su
embestida. Es precisamente esta función de la sensación -tan débil en el caso
de Jekyll y totalmente ausente en el de Hyde la que hace posible que el hombre
reaccione horrorizado ante la profundidad del mal.
En
cualquier caso, la maldad siempre termina siendo conocida porque aunque las
actividades de Jekyll y de Hyde fueran secretas todo secreto pugna por salir a
la superficie de la conciencia impulsado por fuerzas internas ocultas. Recordemos,
por ejemplo, que al comienzo de la historia la mente de Utterson estaba
torturada por algo que le impedía conciliar el sueño, un signo inequívoco de
que su inconsciente estaba buscando la forma de llevar a su conciencia la
terrible y oscura vida secreta de Jekyll y Hyde. El personaje de Utterson dista
mucho de ser irrelevante porque representa lo mas elevado del ser humano y
constituye una especie de figura redentora cuya comprensión puede hacerle tomar
conciencia del mal y cuya horrorizada sensibilidad, constituye una verdadera
salvaguarda contra las acometidas de los poderes de la oscuridad.
¿Y
qué podríamos decir con respecto al personaje del Dr. Lanyon? Lanyon también
investigó, como lo hiciera Utterson, el
misterio de Jekyll y Hyde pero, a diferencia de él, cuando advirtió la magnitud
delmal se vio desbordado por la situación. Lanyon percibió el mal demasiado
pronto, demasiado profundamente y sin la adecuada preparación y, por
consiguiente, se vio superado por él. Ciertamente debemos tomar conciencia del
mal pero si esta toma de conciencia es dema siado prematura o ingenua puede
provocarnos una conmo ción irreversible.
En
una época como la nuestra en la que por todas partes nos rodean substancias
modificadoras del estado de conciencia deberíamos también dedicar unas palabras
a la pócima diabólica que elaboró Jekyll para transformarse en Hyde. Ciertas
substancias como el alcohol, por ejemplo, parecen sacar a la luz los aspectos
negativos de nuestra personalidad. No deberíamos pues desestimar la posibilidad
de que la necesidad de beber -como ocurre en el relato de Stevenson tenga su
origen en los esfuerzos realizados por la sombra para salir a la superficie de
la conciencia.
Destaquemos
también que la faceta negativa de la personalidad de Jekyll termina
destruyéndose a sí misma ya que el hecho de que Jekyll sea poseído por Hyde
supone necesaria mente el suicidio de Hyde.
La
maldad, a la postre, acaba por superarse a sí misma y conlleva, por tanto, el
germen de su propia destrucción. Evidentemente, el mal no puede subsistir
aisladamente sino que requiere un entorno adecuado del que alimentarse.