FILOSOFÍA

FILOSOFÍA
FILOSOFÍA

martes, 1 de abril de 2025

ENCUENTRO CON LA SOMBRA

 

 

 

 

 

1991

ENCUENTRO CON LA SOMBRA.

ERMG


DEL PRÓLOGO

1

 Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde, una persona afable y una entidad tenebrosa.

2

 Bajo la máscara del Yo consciente se ocultan todo tipo de emociones y conductas negativas: rabia, celos, resentimiento, codicia, lujuria, mentira, tendencias asesinas y suicidas... Este territorio inexplorado de nosotros mismos es conocido en psicología como la sombra personal.

3

Todo el mundo tiene una sombra, contrapartida de su ego. Una sombra que comienza ya a desarrollarse en la infancia, a través de la educación, cuando negamos la parte oscura de nosotros mismos y finjimos identificarnos con nuestros ideales; una sombra que permanece siempre al acecho y que emerge con fuerza en cualquier momento.

Así, por ejemplo, cuando sentimos un inexplicable sentimiento de antipatía hacia alguien, o cuando descubrimos un rasgo inaceptable en nosotros mismos, o cuando repentinamente nos invade el odio, la envidia, la vergüenza.

4

Encontrar la propia sombra, enfrentarse con ella, aprovechar su poderosa energía, todo ello pertenece a la autorrealización más profunda del ser humano. Ya dijo Jung que uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino haciendo consciente la oscuridad.

5

Encuentro con la sombra ofrece una visión panorámica del lado oscuro de la naturaleza humana, tal y como surge de las relaciones, en el trabajo, en la familia, en la sexualidad, en la política, en la terapia, en el crecimiento personal...

6

Encuentro con la sombra nos enseña a alcanzar una genuina auto-aceptación, a aprovechar las emociones negativas, a superar la culpa, a reconocer nuestras "proyecciones", a usar diversas actividades -tales como la escritura, el dibujo, los sueños- para recuperar la parte rechazada de nosotros mismos. Porque en la oscuridad de la sombra está también nuestra plenitud.

FRASES Y PÁRRAFOS

1

En 1886 -más de una década antes de que Freud se zambullera en las profundidades de la mente humana- Robert Louis Stevenson tuvo un sueño muy revelador en el que un hombre perseguido por haber cometido un crimen ingiere una pócima y sufre un cambio drástico de personalidad que le hace irreconocible. De esta manera, el Dr. Jekyll, un amable y esforzado científico, termina transformándose en el violento y despiadado Mr. Hyde, un personaje cuya maldad iba en aumento a medida que se desarrollaba el sueño. Stevenson utilizó la materia prima de este sueño como argumento para escribir su hoy famoso El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

2

La sombra personal se desarrolla en todos nosotros de manera natural durante la infancia. Cuando nos identificamos con determinados rasgos ideales de nuestra personalidad -como la buena educación y la generosidad, por ejemplo, cualidades que, por otra parte, son reforzadas sistemáticamente por el entorno que nos rodea- vamos configurando lo que W. Brugh Joy llama el Yo de las Resoluciones de Año Nuevo.

No obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la sombra aquellas otras cualidades que no se adecuan a nuestra imagen ideal -como la grosería y el egoísmo, por ejemplo -. De esta manera, el ego y la sombra se van edificando simultáneamente, alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.

3

Nosotros no podemos percibir directamente el dominio oculto de la sombra ya que ésta, por su misma naturaleza, resulta difícil de aprehender. La sombra es peligrosa e inquietante y parece huir de la luz de la conciencia como si ésta constituyera una amenaza para su vida.

4

Pero aunque no podamos contemplarla directamente la sombra aparece continuamente en nuestra vida cotidiana y podemos descubrirla en el humor (en los chistes sucios o en las payasadas, por ejemplo) que expresan nuestras emocio nes más ocultas, más bajas o más temidas. Cuando algo nos resulta muy divertido -el resbalón sobre una piel de plátano o el descubrimiento de un tabú corporal-, también nos hallamos en presencia de la sombra. Según John A. Sanford, la sombra suele ser la que ríe y se divierte, por ello es muy pro bable que quienes carezcan de sentido del humor tengan una sombra muy reprimida.

5

En los dinteles de piedra del hoy derruido templo de Apolo en Delfos -construido sobre una de las laderas del monte Parnaso- los sacerdotes grabaron dos inscripciones, dos preceptos, que han terminado siendo muy fa mosos y siguen conservando en la actualidad todo su sentido. En el primero de ellos, «Conócete a t i mismo», los sacerdotes del dios de la luz aconsejaban algo que nos in cumbe muy directamente: conócelo todo sobre ti mismo, lo cual podría traducirse como conoce especialmente tu lado oscuro.

6

La segunda inscripción cincelada en Delfos, «Nada en exceso», es, si cabe, todavía más pertinente a nuestro caso. Según E. R. Dodds, se trata de una máxima por la que sólo puede regirse quien conoce a fondo su lujuria, su orgullo, su rabia, su gula -todos sus vicios en definitiva - ya que sólo quien ha comprendido y aceptado sus propios límites puede decidir ordenar y humanizar sus acciones.

7

Según el novelista Tom Robbins «descubrir la sombra nos permite estar en el lugar correcto del modocorrecto». Cuando mantenemos una relación correcta con la sombra el inconsciente deja de ser un monstruo diabólico ya que, como señalaba Jung, «la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención».

8

En 1945 Jung definió a la sombra como lo que una persona no desea ser. «Uno no se ilumina imaginando figuras de luz -afirmó- sino haciendo consciente la oscuridad, un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, impopular».

9

 LA SOMBRA EN LA HISTORIA Y LA LITERATURA

(Anthony Stevens)

A lo largo de la historia de la cristiandad el miedo a «caer» en la iniquidad se ha expresado como temor a «ser poseído» por los poderes de la oscuridad. Los cuentos de vampiros y de hombres lobo -que posiblemente han acompañado a la historia de la humanidad desde tiempos ancestrales y cuya

versión más reciente es el Conde Drácula de Bram Stoker despiertan, al mismo tiempo, nuestra

fascinación y nuestro horror.

Quizás el ejemplo más famoso de posesión nos lo pro porcione la leyenda de Fausto quien, hastiado de llevar una virtuosa existencia académica, termina sellando un pacto con el mismo diablo. Hasta ese momento Fausto se había consagrado a una búsqueda denodada del conocimiento que terminó conduciéndole a un desarrollo unilateral de los aspectos intelectuales de su personalidad -con la consiguiente represión y «destierro» al inconsciente de gran parte del potencial de su Yo. Como sucede habitualmente en tales casos la energía psíquica reprimida no tardó en reclamar su atención.

Desafortunadamente, sin embargo, Fausto no entabló un diálogo con las figuras que emergen de su inconsciente ni se ocupó de llevar a cabo un paciente autoanálisis que le permitiera asimilar la sombra, sino que se abandonó, «cayó» y «terminó siendo poseído».

El problema es que Fausto creía que la solución a sus dificultades consistía en «más de lo mismo» -es decir, adquirir todavía más conocimiento - con lo cual no hizo más que perseverar obstinadamente en el viejo patrón neurótico. Cuando Fausto «personificó» a la sombra quedó fascinado por su numinosidad y, como sucedió también en el caso del Dr Jekyll -otro intelectual aquejado de un problema similar sacrificó a su ego y sucumbió al hechizo de la sombra. A consecuencia de este error ambos cayeron en una situación temida por todos: Fausto terminó convirtiéndose en un bebedor y un libertino y Jekyll se transformó en el monstruoso Mr. Hyde. En cierto sentido, la atracción que ejercen las figuras de Fausto y Mefisto -o de Jekyll y Hyde- dimana del hecho de que ambos encarnan un problema arquetípico y asumen la empresa heroica de llevar a cabo algo que el resto de los seres humanos eludimos constantemente. Nosotros, como Dorian Gray, optamos por mantener ocultas nuestras cualidades negativas -en la esperanza de que nadie descubrirá su existencia- mientras mostramos un rostro inocente al mundo (la persona); creemos que es posible vencer a la sombra, despojarnos de la ambigüedad moral, expiar el pecado de Adán y -de nuevo Uno con Dios retornar al Jardín del Paraíso. Por ello inventamos Utopías, Eldorados o Shangrilas -lugares en los que la maldad es desconocida- por ello nos consola mos con la fábula marxista o rousseauniana de que el mal no se aloja en nuestro interior sino que es fruto de una sociedad «corrupta» que nos mantiene encadenados y que basta con cambiar a la sociedad para erradicar el mal definitivamente de la faz de la Tierra.

La historia de Jekyll y de Fausto -al igual que el relato bíblico del pecado de Adán- son alegorías con moraleja que nos recuerdan la persistente realidad del mal y nos mantienen ligados a la tierra.

Se trata de tres versiones diferentes del mismo tema arquetípico: un hombre, hastiado de su vida, decide ignorar las prohibiciones del superego, liberar a la sombra, encontrar el anima, «conocerla» y vivir. Las tres, sin embargo, van demasiado lejos y cometen el pecado de hubris con lo cual terminan condenándose inexorablemente a nemesis. «El precio del pecado es la muerte».

La ansiedad que conllevan todas estas historias no es tanto el temor a ser descubiertos como a que el aspecto oscuro escape de nuestro control. Todos los relatos de ciencia ficción -cuyo prototipo hay que buscarlo en el Frankenstein de Mary Shelley- pretenden despertar el desasosiego del lector. En El Malestar de la Cultura, Freud ilustra claramente su profunda comprensión de este problema. Sin embargo, la época y las circunstancias vitales que le rodearon -clase media vie nesa de fines del siglo XIX- le llevaron finalmente a concluir que la tan temida maldad -reprimida tanto por los hombres como por las mujeres- era de naturaleza estrictamente sexual. Su sistemático análisis de este aspecto de la sombra y el simultáneo declive del poder del superego judeocristiano terminaron expurgando a los demonios eróticos de nuestra cultura y allanaron el camino para que muchos contenidos de la sombra pudieran integrarse en la personalidad total del ser humano sin exigir a cambio el tributo del sentimiento de culpabilidad que tanto había afligido a las generaciones anteriores. Este excepcional ejemplo colectivo ilustra claramente el valor terapéutico que Jung atribuía al proceso analítico de reconocimiento e integración de los distintos componentes de la sombra.

—Lo peor de la sombra no es el deseo sexual. Es el ansia de poder y destrucción.

—Anthony Storr hace la interesante sugerencia de que esta omisión también pudiera deberse al sentimiento de culpa de Freud respecto de la defección de Alfred Adler que precisamente había abandonado el movimiento psicoanalítico debido a su convicción de que en la etiología de la psicopatología humana el instinto de poder jugaba un papel mucho más importante que el deseo sexual.

—Nuestra época está atravesando un momento crítico de la historia de la humanidad y, si no nos aniquilamos a nosotros mismos y a la mayor parte de las especies de la faz de la tie rra, la ontogenia terminará triunfando sobre la filogenia. Hacer consciente la sombra se ha convertido en nuestro imperativo biológico fundamental.

10

 EL DR. JEKYLL Y MR. HYDE

(John A. Sanford)

—Comencemos comparando las descripciones de Jekyll y Hyde que nos ofrece Stevenson. Jekyll «era un hombre de unos cincuenta años, alto, fornido, de rostro delicado, con una expresión algo astuta, quizás, pero que revelaba inteligencia y bondad». No existe, por tanto, razón alguna para suponer que Jekyll careciera de cualidades positivas. Tan sólo la alusión a su «expresión algo astuta» nos hace sospechar que bajo su apariencia apacible y bondadosa podría ocultarse una personalidad mucho más problemática.

—En otro momento el mismo Jekyll se describe a sí mismo con más detalle diciendo que era un hombre «merecedor del respeto de los mejo res y más sabios de mis semejantes», lo cual confirma que su aparente bondad y amabilidad encubría un deseo desmedido de aprobación social que le llevó a adoptarmuna pose ante la galería o, lo que es lo mismo, que su amabilidad tenía como único objetivo conseguir la aprobación y el respeto de los demás.

Jekyll, sin embargo, también subraya otro rasgo de su personalidad, «una disposición alegre e impaciente» que termina conduciéndole a una búsqueda de ciertos placeres difícil de compaginar con su «imperioso deseo» de gozar de la admiración de los demás, una contradicción que le hizo adoptar «una actitud de continencia desusadamente grave». En otras palabras, su exagerada rigidez era una máscara que cumplía con la función de proteger esa faceta de su personalidad que deseaba mantener oculta y por la que sentía «una vergüenza casi morbosa». En consecuencia, Jekyll escribió: «Oculté mis placeres y... me entregué a una doble vida».

—Jekyll demuestra tener cierto grado de comprensión psicológica. Cuando se da cuenta de la dualidad de su propia naturaleza declara que «el hombre no es verdaderamente uno, sino dos» e incluso aventura la hipótesis -confirmada por los re cientes descubrimientos de la psicología profunda- de que el ser humano es un conglomerado de personalidades diversas. Jekyll advierte que su dualidad es «verdadera» y «primitiva» - es decir, arquetípica- y, por tanto, inseparable de la estructura psicológica fundamental del ser humano.

—Lamentablemente, sin embargo, la profundidad de su comprensión psicológica -que podría haber contribuido a un desarrollo considerable de su conciencia - se ve dificultada, como vere mos más adelante, por un desafortunado error de apreciación.

Stevenson describe a Hyde como un hombre joven, de corta estatura y apariencia perversa que da la impresión de tener algún tipo de deformidad. «No parecía un ser humano sino un monstruo», un ser cuya mera visión despertaba la repugnancia y el rechazo de los demás, un individuo carente del más mínimo asomo de conciencia moral y de sentimiento de culpa que tenía «la misma sensibilidad que un banco de madera» y que parecía incapaz de cualquier tipo de sentimiento humano. La sombra contiene toda la energía reprimida inconsciente, por tanto no debe extrañarnos que Hyde sea descrito como un individuo joven. Es por ello que cuando el individuo toma conciencia de la sombra suele establecer contacto con una fuente de energía renovadora. Por otra parte, su corta estatura y su apariencia deforme indican que la sombra de Jekyll no había salido muy a menudo a la luz del sol y que se había visto obligado -como los árboles que crecen entre rocas a la sombra de otros árboles - a vivir la mayor  parte del tiempo en la oscuridad del inconsciente.

— La ausencia de conciencia moral de Hyde, descrita por Jekyll como «una disolución de los vínculos de todas mis obligaciones», constituye también una característica fundamental de la sombra. Pareciera como si la sombra abandonara los sentimientos y las obligaciones morales en manos del ego y entonces, carente ya de conciencia moral, se entregase a la satisfacción de todo tipo de impulsos prohibidos.

—No obstante, el aspecto más relevante de Edward Hyde proviene del comentario hecho por Jekyll cuando tomó la pócima y se transformó en Hyde por vez primera: «Supe... que era ahora más perverso, diez veces más perverso, un esclavo vendido a mi maldad original». Al comienzo del relato Jekyll nos habla de una cierta «disposición alegre e impaciente», un rasgo de su personalidad que le conduce a una búsqueda del placer que puede llevarle a cometer alguna que otra travesura. Pero una vez que se ha convertido en Hyde descubre que su perversión va mucho más allá de lo que nunca hubiera podido imaginar. Esta descripción nos muestra que la sombra no se asienta tan sólo en los estratos más profundos de la personalidad sino que también hunde sus raíces en un nivel arquetípico tan poderoso que Jekyll llega a decir que Hyde es el único ser humano que conoce la maldad en estado puro. De este modo, las candorosastravesuras de Jekyll pronto terminan convirtiéndose en una actividad realmente diabólica, como lo demuestra el espantoso asesinato del Dr. Carew lle vado a cabo por el simple placer de destruir y hacer el mal. Es esta misma cualidad diabólica arquetípica -que resulta también evidente en todas aquellas situaciones en las que una persona mata a sangre fría a otras sin el menor remordimiento aparente, como el crimen o la guerra- la que nos conmociona, nos fascina y nos arrastra a leer diariamente las horribles noticias que aparecen en las páginas de sucesos del periódico.

En cierta ocasión C. G. Jung dijo que somos lo que hacemos, lo cual puede ayudarnos a comprender mejor la causa del proceso de degradación de Jekyll. Una vez que Jekyll ha tomado -aunque no fuera más que en una sola ocasión- la decisión de ser Hyde, tiende a convertirse en Hyde porque la decisión deliberada de hacer el mal nos torna malvados. Es por ello que la solución al problema de la sombra no consiste en que el ego se identifica con un arquetipo, sino que tiende a ser devorado y poseído por él.

Jekyll albergaba la esperanza de poder convertirse en Hyde a voluntad pero cuando se da cuenta de que se está transformando involuntariamente en Hyde y de que éste comienza a dominarle, parece tomar conciencia del inminente peligro que se cierne sobre él. Entonces la seguridad inicial que le había llevado a afirmar «puedo deshacerme de ese t al Mr. Hyde en el momento en que lo desee» desparece por completo. Esta despreocupación por el mal es patente en el pasaje en el que Jekyll se sienta en un banco y considera que, después de todo, es «un hombre como los demás» y compara su búsqueda comprometida del bien con la «perezosa crueldad» del egoísmo de sus semejantes. Así pues, su indiferencia con respecto al mal y su deseo de escapar a la tensión de su naturaleza dual son los hitos que jalonan el camino que termina conduciéndole a la destrucción.

En ese momento Jekyll toma la firme determinación de romper todo vínculo con Hyde, la parte oculta de su personalidad, llegando incluso a declarar a Utterson: «Te juro por el mismo Dios... te juro por lo más sagrado, que no volveré a verle nunca más. Te doy mi palabra de caballero de que he terminado con Hyde para el resto de mi vida». Jekyll retoma entonces su antigua vida, se convierte en un devoto y se entrega con ahínco a las obras de caridad.

Pero, al parecer su devoción religiosa era puramente formal -y, por tanto, poco sincera y se limitaba a asistir a los oficios religiosos. Su única esperanza era la de que su aspira ción religiosa le protegiera del poder de Hyde, una motivación muy frecuente en personas aparentemente religiosas, especialmente en aquellas confesiones que censuran el pecado, amenazan con el castigo eterno y promueven las buenas obras como único camino hacia la salvación. Este tipo de religio sidad, en el fondo, tiende a atraer a quienes luchan, consciente o inconscientemente, por mantener a la sombra bajo su control.

En el caso de Jekyll, sin embargo, esta tentativa manifiesta su ineficacia ya que, de ese modo, la sombra no desaparece sino que, por el contrario, se acrecienta y pugna, con más fuerza que nunca, por salir a la superficie y adueñarse de la personalidad de Jekyll para poder vivir a su antojo. Todo intento por mantener a la sombra confinada a la oscuridad del psiquismo está abocado al fracaso. De este modo, Stevenson nos recuerda que, si bien ceder a los dictados de la sombra no constituye una respuesta a este problema, tampoco lo es su represión ya que ambas alternativas terminan escindiendo en dos a la personalidad.

Si lo consideramos con más detenimiento, tanto su intención de cortar toda relación con Hyde como su supuesta re ligiosidad nada tienen que ver con la conciencia moral sino más bien con su deseo de supervivencia personal. No son pues motivos espirituales los que le impulsan a tratar de someter a Hyde sino tan sólo el miedo a su propia destrucción. El hecho de que incluso en plena crisis de arrepentimiento no terminara destruyendo las ropas de Hyde ni abandonase su casa en el Soho evidencia claramente que bajo la superficie de su personalidad todavía persistía una atracción no reconocida hacia el mal. Jekyll sólo hubiera podido salvarse del mal si su espíritu se hubiera impregnado de algo mucho más poderoso, pero al ceder al impulso de transformarse en Hyde, Jekyll vació su alma y, de este modo, permitió que el mal tomara posesión de ella.

Su principal error fue el de pretender escapar de la tensión entre los opuestos que se desplegaban en su interior. Como ya hemos visto, el Dr. Jekyll conocía la dualidad que albergaba en su propia naturaleza - era consciente de que dentro de él habitaba otro ser cuyos deseos iban en contra de su necesidad de aprobación social- y estaba dotado, por tanto, de una comprensión psicológica superior a la de la mayoría de sus semejantes. Si hubiera profundizado en esta comprensión hasta el punto de sostener la tensión entre los opuestos su personalidad hubiera podido seguir creciendo hacia la individuación. Sin embargo, Jekyll no fue capaz de sostener esa tensión y eligió tomar una pócima que le permitiera seguir siendo Jekyll y Hyde y disfrutar, al mismo tiempo, de los placeres y ventajas de ambos aspectos de su psiquismo sin tener que padecer, por ello, tensión ni sentimiento de culpa alguno. Jekyll no se sentía responsable de Hyde, por ello declaró en cierta ocasión: «Después de todo el único culpable ha sido Hyde».

Aquí reside la clave para intentar resolver el problema de la sombra. Jekyll cometió el error de querer escapar de la tensión de los opuestos. Si queremos que nuestro propio drama con la sombra concluya felizmente debemos ser capaces de sostener la tensión que Jekyll no pudo soportar. Tanto la represiónde la sombra como la identificación con ella constituyen intentos infructuosos de huir de la tensión de los opuestos, meras tentativas de «aflojar las ataduras» que mantienen unidos los aspectos luminosos y los aspectos oscuros de nuestro psiquismo. Así pues, si bien el intento de escapar al sufrimiento que provoca esta situación puede conducimos al desastre psicológico, el hecho de sostener la tensión de los, opuestos conlleva, en cambio, la posibilidad de contribuir al logro de una mayor integración psicológica.

Sostener la tensión de los opuestos, estar a mitad de camino entre ellos, es un acto difícil de soportar que puede equipararse a la crucifixión, un estado en el que es posible que la gracia de Dios descienda sobre nosotros. El problema de los opuestos no admite una solución racional y jamás podrá resolverse en el nivel del ego pero cuando tomamos conciencia de ello, el Yo -la Imago Dei que habita en nuestro interior- puede favorecer el logro de una síntesis irracional de la personalidad.

Por decirlo de otro modo, cuando soportamos conscien temente la carga de nuestros opuestos, todos los procesos secretos, irracionales y curativos inconscientes coadyuvan en la labor de integración de nuestra personalidad. Este proceso de curación irracional, que supera obstáculos aparentemente infranqueables, tiene una cualidad inconfundiblemente femenina. La mente racional, lógica y masculina es la que declara que opuestos como el ego y la sombra, la luz y la oscuridad jamás podrán integrarse.

Sin embargo, el espíritu fe menino es capaz de alcanzar una síntesis más allá de la ló gica. No es de extrañar, pues, que en el relato de Stevenson las figuras femeninas sean vagas y escasas y que, en las pocas ocasiones en que aparezcan, lo hagan bajo una perspectiva completamente negativa. Todos los personajes significativos del relato son masculinos -Jekyll, Enfield, Utterson, Poole, el experto calígrafo Mr. Guest, el Dr. Lanyon- y la figura femenina parece relegada al papel de mera comparsa. Las únicas figuras femeninas que se mencionan en el relato son el ama de llaves de la casa de Hyde -una mujer de «expre sión maligna temperada por la hipocresía»-, la doncella asustada que «prorrumpió en un gimoteo histérico» la noche en que Utterson se dirigía a casa de Jekyll, la niña atropellada y las mujeres -«salvajes como arpías»- que se congregaban en tomo a Hyde. El mismo Hyde es descrito, la última noche, «llorando como una mujer o un alma en pena». La única alusión positiva a la mujer -o al principio femenino - es la joven que presencia el asesinato del Dr. Carew, pero aún así tampoco pudo evitar desmayarse.

Lo femenino, en suma, apenas si tiene cabida en el rela to de Stevenson y cuando aparece presenta un aspecto frío, débil, inepto, desamparado, etcétera, es decir, incapaz de prestar el menor tipo de ayuda. Sin embargo, el poder de lo fe menino es el único que puede ayudarnos a resolver este pro blema racionalmente insoluble. Psicológicamente hablando podríamos decir que cuando se rechaza la conciencia psicológica -como hizo Jekyll- nuestra parte femenina, nuestra alma, se debilita, languidece y cae en un estado de postración profunda, lo cual es una verdadera tragedia.

Convendría también dedicar unas pálabras a la figura de Mr. Utterson ya que su retrato testimonia de manera manifiesta la notable habilidad narrativa de Stevenson. Tengamos en cuenta que, si bien la mayor parte del relato nos llega a tra vés de los ojos y las vivencias de Mr. Utterson, Stevenson desdibuja deliberadamente su personaje hasta el punto de pasar casi completamente desapercibido. Utterson nos agrada, podemos imaginarlo con facilidad, podemos anticipar sus pensamientos, sus sentimientos y sus reacciones pero el foco de atención del relato siemp re se dirige hacia el enigma del Dr. Jekyll y Mr.

Hyde, y Utterson jamás llega a ocupar el centro de la escena. Es por ello que fácilmente podríamos subestimar al personaje de Utterson como un mero recurso estilís tico, como un personaje necesario para el discurso aunque irrelevante con respecto al tema del bien y el mal.

Pero, en realidad, Utterson es mucho más importante de lo que parece a simple vista porque es el único personaje cuya sensibilidad se ve conmovida por el mal y que toma plena conciencia tanto del ego como de la sombra, tanto del bien como del mal. Utterson representa así al único ser humano que tiene la suficiente fortaleza emocional como para verse conmovido por el mal y resistir, sin embargo, su embestida. Es precisamente esta función de la sensación -tan débil en el caso de Jekyll y totalmente ausente en el de Hyde la que hace posible que el hombre reaccione horrorizado ante la profundidad del mal.

En cualquier caso, la maldad siempre termina siendo conocida porque aunque las actividades de Jekyll y de Hyde fueran secretas todo secreto pugna por salir a la superficie de la conciencia impulsado por fuerzas internas ocultas. Recordemos, por ejemplo, que al comienzo de la historia la mente de Utterson estaba torturada por algo que le impedía conciliar el sueño, un signo inequívoco de que su inconsciente estaba buscando la forma de llevar a su conciencia la terrible y oscura vida secreta de Jekyll y Hyde. El personaje de Utterson dista mucho de ser irrelevante porque representa lo mas elevado del ser humano y constituye una especie de figura redentora cuya comprensión puede hacerle tomar conciencia del mal y cuya horrorizada sensibilidad, constituye una verdadera salvaguarda contra las acometidas de los poderes de la oscuridad.

¿Y qué podríamos decir con respecto al personaje del Dr. Lanyon? Lanyon también investigó, como lo  hiciera Utterson, el misterio de Jekyll y Hyde pero, a diferencia de él, cuando advirtió la magnitud delmal se vio desbordado por la situación. Lanyon percibió el mal demasiado pronto, demasiado profundamente y sin la adecuada preparación y, por consiguiente, se vio superado por él. Ciertamente debemos tomar conciencia del mal pero si esta toma de conciencia es dema siado prematura o ingenua puede provocarnos una conmo ción irreversible.

En una época como la nuestra en la que por todas partes nos rodean substancias modificadoras del estado de conciencia deberíamos también dedicar unas palabras a la pócima diabólica que elaboró Jekyll para transformarse en Hyde. Ciertas substancias como el alcohol, por ejemplo, parecen sacar a la luz los aspectos negativos de nuestra personalidad. No deberíamos pues desestimar la posibilidad de que la necesidad de beber -como ocurre en el relato de Stevenson tenga su origen en los esfuerzos realizados por la sombra para salir a la superficie de la conciencia.

Destaquemos también que la faceta negativa de la personalidad de Jekyll termina destruyéndose a sí misma ya que el hecho de que Jekyll sea poseído por Hyde supone necesaria mente el suicidio de Hyde.

La maldad, a la postre, acaba por superarse a sí misma y conlleva, por tanto, el germen de su propia destrucción. Evidentemente, el mal no puede subsistir aisladamente sino que requiere un entorno adecuado del que alimentarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario