PENSAR
EN LA ÉPOCA DE LA IA.
Javier
Ors.La Razón
Creada:
21.09.2025 03:17
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Distintos
pensadores, Irene Ortiz, Paco Calvo y Javier Rueda, los tres participantes del
Festival de las Ideas, reflexionan sobre el impacto de la inteligencia
artificial en la filosofía y el pensamiento, y exponen las ventajas y también
los peligros que entraña
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La
irrupción de la inteligencia artificial modificará el trabajo, la sociedad, la
cultura, la ciencia y las humanidades, y abre nuevas y apremiantes
interrogantes: ¿Cómo modificará su llegada al pensamiento? ¿Influirá en la
manera de percibir el mundo a nuestro alrededor? ¿Alterará nuestros hábitos?
¿Cambiará la manera que tenemos de relacionarnos? ¿Redistribuirá los espacios
de las ciudades de una manera distinta a las que conocemos actualmente? ¿Cómo
repercutirá la tecnología de algoritmos en todas estas cuestiones?
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Varios
pensadores, que participan en las jornadas del Festival de las Ideas en Madrid,
reflexionan sobre estas preguntas y tratan de aportar al debate un punto de
vista alejado de tremendismos, optimismos o pesimismos galopantes. Paco Calvo,
autor de «Planta Sapiens» (Seix Barral), se aleja de miradas negativas y
recapacita sobre cómo la inteligencia artificial puede contribuir a abrir
nuevos caminos en la filosofía. «La IA puede abrir nuevas formas de
pensar porque nos ayuda a superar el viejo modelo del ‘‘folio en blanco’’ en el
que parecía que había que empezar siempre desde cero. En este nuevo escenario,
las ideas que surgen dependen de cómo planteamos nuestras preguntas y de cómo
guiamos el intercambio. Así dejamos de ser solo autores aislados y asumimos
también el papel de editores de un pensamiento compartido, que se enriquece con
este diálogo continuo». En el mismo sentido avanza el sociólogo Javier Rueda,
autor de «Utopías de barra de bar», publicado por la editorial ¿Es posible?,
cuando explica que «en el mundo de la producción científica existen unos
estándares sobre los textos. A día de hoy, la IA contribuye al desarrollo de
estos artículos y a la evaluación de ellos por parte de revistas y, en la
cuestión creativa, ayuda a comenzar a pensar, a darle la vuelta a un asunto,
aunque lo que te proponga en un inicio resulte insuficiente o no aporte nada».
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Pensamiento
repetitivo
Pero
él también llama la atención sobre una importante cuestión: «Las propias
lógicas productivas y del pensamiento que construyan textos sin intervención
humana; en el momento en que se logra un pensamiento repetitivo de un canon,
que reproduce todo y no crea conocimiento nuevo, esto sería negativo. Ahora hay
herramientas que resumen el conocimiento. Pero no es lo mismo que te reduzcan
el argumento de “La colmena”, de Cela, a leer “La colmena”. No es lo mismo. En
el momento en que para construir conocimiento se acuda al resumen de lo
anterior, esto conducirá al empobrecimiento y a cierta miseria intelectual».
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La
filósofa Irene Ortiz, autora de «El mito de la ciudadanía», pone, antes que
nada, un punto esencial para el debate: «Usamos el término inteligencia, pero
eso no es pensar en el mismo sentido de razonar que tiene el ser humano.
Trazaría una distinción clara entre una máquina que procesa información y la
expone, y el razonamiento del ser humano. Más que la IA, más que tenerla, tiene
sentido pensarla, qué desafío representa para el ser humano, pero tampoco
debería suponer un gran temor».
La
pensadora expone una importante objeción: «El problema es pensar que solo hay
una respuesta para nuestras preguntas y que esa respuesta es la de la IA.
Cuando formamos grupos diferentes de personas, obtenemos siempre distintas
contestaciones para una misma pregunta. Esto ofrece un amplio abanico de
posibilidades. Ahí aprendemos a discernir cuáles son las más razonables, cuáles
nos seducen y a diferenciar entre unas y otras. El problema de la IA es creer
que sus respuestas son las únicas correctas, desestimando el resto del abanico
de respuestas y, esto es crucial, sin tener en cuenta el razonamiento de esa
IA. Por eso me preocupa qué compañías están detrás de ellas, porque eso va a
priorizar unas respuestas sobre otras».
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Gran
parte de la filosofía es saber hacer preguntas. Las interrogantes son casi más
importantes que las contestaciones que se obtengan. Por eso, Paco Calvo, sobre
este asunto, considera que «es un error plantear nuestra sociedad con el
término de “sociedad de las respuestas’’. Lo que ofrecen las IAs generativas no
son respuestas cerradas, sino la posibilidad de entablar un diálogo continuo.
Si la filosofía siempre se ha basado en hacer preguntas, seguirá siéndolo
también ahora. Todo depende de cómo formulemos esas preguntas y cómo orientemos
la interacción. Al fin y al cabo, ¿qué es el llamado prompt engineering sino el
arte de preguntar bien?».
Por
eso, matiza: «El riesgo no está en la IA, sino en quien decida pasarse el
día hablándole solo a un ordenador. Eso sería como culpar al ábaco
porque alguien en el siglo XIX no hacía otra cosa que mover bolitas. El
problema no es la herramienta, sino el uso que se haga de ella».
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Proceso
de aceleración
Irene
Ortiz repara en otro asunto que va parejo: la velocidad. «La rapidez de esta
sociedad nos obliga a tener las respuestas ahora, y este proceso de
aceleración, a la hora de hacer filosofía, tiene consecuencias. No sé qué opciones
de tiempo tiene la gente, al salir del trabajo, para pararse a pensar y dedicar
un rato a las preguntas de las que se ha ocupado la filosofía a lo largo de los
siglos. Eso puede ser un problema, pero tengo la esperanza de que el ser humano
encontrará siempre espacios, porque es una forma inherente de hacerse
preguntas, como la pregunta por el sentido de la vida, que estará ahí, siempre,
en cada momento, pero es cierto que disponer de menos tiempo afecta a esa
reflexión pausada». En este debate coincide Paco Calvo, que aprecia que «no nos
engañemos: los grandes temas de la filosofía no caducan. Desde
que el mundo es mundo, seguimos girando en torno a las mismas preguntas
esenciales: el amor y la muerte. Todo lo demás son variaciones sobre ese mismo
fondo».
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Javier
Rueda remarca otras cuestiones relevantes. «Lo que puede ser peligroso de
una herramienta como la IA son los caminos que establece, porque estaría
marcando cuáles son los caminos que vamos a recorrer. Modelos de lenguaje como
este es reconstruir lo que se ha escrito, redactado o pensado. La IA regurgita
lo que hay. Es un Reader’s Digest de concentración. Cuando vas por un campo y
ves hierba crecida, eliges el camino donde está caída. Con la IA pasa eso:
conforma un camino único».
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El
principal escollo, para él, descansa en «este pisar fuerte sobre el mismo
camino, que genera la imposibilidad de crear caminos alternativos. Es necesario
pensar más fuera de la IA, para no aletargar la imaginación, más la imaginación
que la inteligencia, y, cuando estemos dentro, a lo mejor deberíamos mirar
caminos que no sean el único, sobre todo en los campos del arte, que es donde
deberían crearse cosas diferentes». Para Javier Rueda, esto tiene una
consecuencia que va más allá y que se traduce en algo tan físico y al alcance
de todos como es la ciudad y la manera de relacionarnos. «Es un tema y tiene
una primera traducción importante. Herramientas como Google Maps ya están
transformando el espacio público a partir del diseño. Si le preguntamos cómo
debe ser a una IA, esta responderá con unas soluciones que, a fuerza de
repetirlas, se impondrán como una normalización. Esta lógica normalizadora
fomentaría que un centro urbano correcto, una periferia o el entorno de un río,
deba responder a unos elementos estéticos: calles adoquinadas, una zona de uso
infantil, una fuente y una zona para terrazas. Y, fíjate, cada vez más nos
parecemos a eso».
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Pero
para el sociólogo hay más: esto influirá en que, como los algoritmos buscan las
afinidades, las posibilidades de encuentros aleatorios se reducirán y la gente
que pertenezca a un mismo estatus social, unos mismos intereses o unas mismas
pautas tenderá a concentrarse en lugares determinados: la oportunidad de
toparte con personas de distinta procedencia, pensamiento, clase o conciencia
se reducirá. «La filosofía es el arte de cómo formular las preguntas. Si
no tenemos esta manera de preguntar, las respuestas de la IA serán fáciles.
Cuando las preguntas se simplifican hasta la banalización, las respuestas son
de corte de pensamiento mágico. Una buena pregunta nos llevará siempre a
buen sitio, pero si no se plantea así, la respuesta será una porquería. Aparte
de que hoy la información es tan excesiva, que lo importante no es solo la
verdad, sino discernir el trigo de la paja». O, como sostiene Paco Calvo, «la
IA no resuelve problemas por nosotros, pero nos obliga a hacer mejores
preguntas. Y de la calidad de las preguntas depende siempre nuestra capacidad
de pensar».
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