¿QUÉ ES FILOSOFÍA? (1929)
I
LA
FILOSOFÍA
1
Todo
esfuerzo intelectual que lo sea en rigor
nos aleja solitarios de la costa común, y por rutas recónditas que
precisamente descubre nuestro esfuerzo intelectual nos conduce a lugares
repuestos , nos sitúa sobre pensamientos insólitos. Son estos el resultado de
nuestra meditación.
2
La
voluptuosidad es la cara de la felicidad.
3
Nuestro
tiempo, por lo visto, tiene relativamente al que le precede un destino
filosófico, y por eso se complace en filosofar.
4
Los
grandes problemas filosóficos requieren una táctica similar a la que los
hebreos emplearon para tomar a Jericó y sus rosas íntimas: sin ataque directo,
circulando en torno lentamente, apretando la curva cada vez más y manteniendo
vivo en el aire son de trompetas dramáticas. En el asedio ideológico, la
melodía dramática consiste en mantener despierta siempre la conciencia de los
problemas, que son el drama ideal.
5
Siempre he creído que la claridad es la cortesía del filósofo, y, además, esta
disciplina nuestra pone su honor hoy más que nunca en estar abierta y porosa a
todas las mentes, a diferencia de las ciencias particulares, que cada día con
mayor rigor interponen entre el tesoro dem sus descubrimientos y la curiosidad
de los profanos el dragón tremebundo de su terminología hermética. Pienso que
el filósofo tiene que extremar para sí propio el rigor metódico cuando
investiga y persigue sus verdades, pero que al emitirlas y enunciarlas debe
huir del cínico uso con que algunos hombres de ciencia se complacen, como Hércules
de feria, en ostentar ante el público los bíceps de su tecnicismo.
6
HISTORIA
Hemos
de representarnos las variaciones del pensar no como un cambio en la verdad de
ayer, que la convierta en error para hoy, sino como un cambio de orientación en
el hombre que le lleva a ver ante sí otras verdades distintas de las de ayer.
No, pues, las verdades, sino que el hombre es el que cambia y porque cambia va
corriendo la serie de aquellas, va seleccionando de ese orbe transmundano a que
antes aludimos las que le son afines y cegándose para todas las demás. Noten
ustedes que es este el a priori fundamental de la historia. ¿No es esta la
historia del hombre? Y ¿qué ente es ese llamado nombre cuyas variaciones en el tiempo
la historia aspira a investigar? No es fácil de definir el hombre; el margen de
sus diferencias es enorme; cuanto más grande sea y menos estrecha la noción del
hombre con que el historiador inicie su trabajo, más profunda y precisa será su
obra. Hombre es Kant y hombre es el pigmeo de Nueva Guinea o el australiano
neandertaloide.
***
Por
eso preferimos decir, para los efectos de la historia, que hombre es todo ser
viviente que piensa
con
sentido y que por eso podemos nosotros entenderlo. El supuesto mínimo de la historia
es que el sujeto de quien habla pueda ser entendido.
Ahora
bien, no se puede entender sino lo que posee alguna dimensión de verdad. Un
error absoluto no nos lo parecería porque ni siquiera lo entenderíamos. El
supuesto profundo de la historia es, pues, todo lo contrario de un radical
relativismo. Cuando va a estudiar al hombre primitivo supone que su cultura
tenía sentido y verdad y si la tenía la sigue teniendo. ¿Cuál, si a primera
vista nos parece tan absurdo cuanto aquellas criaturas hacen y piensan? La
historia es precisamente la segunda vista que logra encontrar la razón de la
aparente sinrazón.
Según
esto, la historia no es propiamente tal, no cumple con su misión constitutiva
si no llega a entender el hombre de una época, sea esta la que sea, incluso la
más primitiva. Pero no puede entenderlo si el hombre mismo de esa época no
lleva una vida con sentido, por tanto, si lo que piensa y hace no tiene una
estructura racional. De este modo queda comprometida la historia a justificar
todos los tiempos y es lo contrario de lo que al pronto amenazaba con ser: al
mostrarnos la variabilidad de las opiniones humanas parece condenarnos al
relativismo, pero como da un sentido plenario a cada posición relativa del
hombre y nos descubre la verdad eterna que cada tiempo ha vivido, supera radicalmente
cuanto en el relativismo hay de incompatible con la fe en un destino trasrelativo y como eterno en el hombre.
Y
yo espero, por razones muy concretas, que en nuestra edad la curiosidad por lo
eterno e invariable que es la filosofía y la curiosidad por lo voluble y
cambiante que es la historia, por vez primera, se articulen y abracen. Para
Descartes el hombre es un puro ente racional incapaz de variación; de aquí que
le parezca la historia como la historia de lo inhumano en el hombre y que la atribuya,
en definitiva, a la voluntad pecadora que constantemente nos hace dejar de ser
entes racionales y caer en la aventura infrahumana. Para él, como para el siglo
XVIII, la historia no tiene contenido positivo, sino que representa la serie de
los errores y equivocaciones cometidos por el hombre. En cambio, el
historicismo y el positivismo del siglo XIX se desentienden de todo valor
eterno para salvar el valor relativo de cada época. Es inútil que intentemos
violentar nuestra sensibilidad actual, que se resiste a prescindir de ambas
dimensiones: la temporal y la eterna.
Unir
ambas tiene que ser la gran tarea filosófica de la actual generación, para la
cual yo he procurado iniciar un método que los alemanes propensos a la
elaboración de etiquetas me han bautizado con el nombre de «perspectivismo».
Desde
1840 a 1900 puede decirse que ha atravesado la humanidad una de sus temporadas
menos favorables a la filosofía. Ha sido una edad antifilosófica. Si la
filosofía fuese algo de que radicalmente cupiese prescindir, no es dudoso que
durante esos años habría desaparecido por completo. Como no es posible raer de
la mente humana su dimensión filosofante, lo que se hizo fue reducirla a un
mínimum. Y toda la batalla —que, por cierto, será aún bastante dura— en que
andamos trabados a la fecha consiste precisamente en salir de nuevo a una
filosofía plenária, completa, es decir, a un máximum de filosofía.
¿Cómo
se produjo aquella reducción, aquel angostamiento del cuerpo filosófico?