CIENCIA Y LITERATURA
El naturalista John Burroughs (1837-1921) , analiza
los tipos de lenguaje usados en la literatura y en las ciencias. Habla de los
científicos que también fueron poetas como Goethe, Humboltd, y hasta Darwin,
que al final de su vida, lamentó no tener tiempo para leer poesía.
Darwin goete humbold científicos poetas
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Rara vez acudo a un muso de Historia Natural sin sentir la sensación de que estoy asistiendo a un funeral.
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El deleite es menos un fin en la ciencia que en la
literatura.
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El inmotal poema de Dante jamás se hubiera podido
escribir en una era científica.
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La ciencia es como materia inogánica sin vida mientras
mientras no se combina con la emoción y
atrae al corazón y a la imaginación ; y cuando
se combina y se transforma de
este modo se convierte en literatura .
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El hombre de hoy es afortunado si puede lograr una
concepción de las cosas tan frescas y vivaz como las de Plutarco o Virgilio.
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No puede negarse que las grandes edades del mundo no han sido épocas de
ciencias exactas; tampoco las grandes literaturas, que atesoran un importante
caudal de las facultades y la vitalidad humanas, surgieron de mentes que sustentaban puntos de vista correctos
sobre el universo físico.
De hecho, si el desarrollo y la madurez de la talla
moral e intelectual del hombre fueran
cuestión de instrumentos y comodidades materiales, o de grandes caudales de
conocimientos exactos, el mundo mde hoy debería ser capaz de realizar logros
más sobresalientes que los de ninguna
otra época en todos los campos de la actividad humana. Pero no es así.
Shakespeare escribió sus tragedias para personas que creían en las brujas, como probablemente también era su caso; el inmortal poema de Dante jamás
se hubiera podido escribir en una era
científica. ¿Cabe la probabilidad de que las Sagradas Escrituras hubieran sido más valiosas
para el género humano, o tenido una
influencia más profunda, de inspirarse en conceptos correctos de la ciencia física?
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«El agua que cae de los cielos —dice Plutarco— es ligera y etérea y, al estar
mezclada con espíritu, es incorporada y
sublimada antes por las plantas debido a su tenuidad.» Y prosigue afirmando que
el agua de lluvia «es engendrada en el aire y en el viento, cayendo en estado
puro y natural».
Es muy difícil
que la ciencia pueda dar una explicación tan satisfactoria como ésa para la
fantasía. Y, además, hay mucho de cierto en ella. Su combinación con un espíritu, o sea,
los gases del aire, y su pureza y
naturalidad, constituyen, sin lugar a dudas, el principal secreto de esta sustancia.
Plutarco
explicaba también que los antiguos
dudaban en apagar un fuego debido a la relación que éste mantenía con la llama sagrada y eterna. «Nada se parece tanto a un animal — decía— como el fuego. Se mueve y
alimenta por sí mismo, y su brillo,
igual que el del alma, descubre e ilumina todo; pero es principalmente al extinguirse cuando demuestra
gozar de una fuerza que parece derivar
de nuestro principio vital, pues exhala gemidos
y se resiste como un animal moribundo o sacrificado con violencia.»
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Los antiguos poseían esa clase de conocimientos que se
atesoran en el corazón; a nosotros nos sobran conocimientos de los que se acopian en la cabeza.
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La ignorancia de los escritores antiguos resulta, con frecuencia, más
cautivadora que nuestro conocimiento, exacto, sí, pero más estéril.
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Como dice Emerson en uno de sus primeros ensayos: La literatura nos ofrece una
plataforma que nos permite dominar el
panorama de nuestra vida presente, un punto
de apoyo para llevarla adelante.
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El conocimiento más querido y atesorado por la literatura es el de la vida; la
ciencia, por su parte, está más interesada
en conocer las cosas.
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Cada científico cuenta con toda la ciencia precedente
para seguir adelante, para empezar a trabajar. ¡Qué grande era el caudal que Darwin asumió e hizo fructificar!
No sucede así en la literatura; cada
poeta, cada artista sigue encontrándose en el primer día de la Creación en lo
que se refiere a la esencia de su tarea.
Más que un capital que pueda reinvertirse, la
literatura es un cultivo que siempre hay
que volver a sembrar. En tanto que la ciencia afina a vista, aguza el oído, alarga la mano, acelera
el paso o introduce más profundamente al
hombre en la naturaleza, siguiendo la natural inclinación y dirección de sus
facultades y posibilidades, presta un
indudable servicio a la literatura. Pero, en cuanto que engendra la costumbre de inmiscuirse e intervenir en la
naturaleza y nos oculta el solemne
esplendor y el significado de su totalidad, nuestro veredicto ha de ser, necesariamente,
desfavorable.
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Darwin, en cambio, rebosaba de lo que podríamos llamar
sentimiento científico. Perseguía incansablemente una idea, buscaba sin cesar
el rastro de un principio activo vivo. Era la viva imagen de la interpretación ideal de los hechos, de la ciencia enardecida
por la fe y el entusiasmo, de la fascinación de la fuerza y el misterio de la naturaleza.
Todas sus obras poseen una faceta humana y casi
poética. Son, sin lugar a dudas, las mejores aportaciones a la
literatura que se han producido en el
campo de la ciencia hasta la fecha. Sus escritos sobre la lombriz de tierra o sobre la formación
del mantillo son como fábulas imbuidas
de una brillante filosofía.
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Es, también, el bello humanismo de un hombre como
Humboldt lo que vuelve a poner de
actualidad su nombre y sus enseñanzas.
Cuando nos dice
que «los monos son más melancólicos cuanto más se asemejan al hombre», que «su
vivacidad disminuye a medida que sus facultades
intelectuales parecen acrecentarse», le leemos con más atención que cuando diserta como un
naturalista ilustrado sobre las distintas especies de simios. Nuestro
conocimiento de la naturaleza se enriquece cuando averiguamos que el calor y la
sequedad extremos de la zona ecuatorial
de América del Sur producen efectos
análogos a los que causa el frío de nuestros inviernos septentrionales. Los árboles pierden las
hojas, las serpientes, los cocodrilos y
otros reptiles se entierran en el lodo, y muchas fases de la vida, tanto animal
como vegetal, entran en un largo letargo.
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Ningún hombre de letras se ha mostrado jamás tan
favorable a la ciencia como Goethe; a decir verdad, algunas de las principales ideas de la ciencia moderna fueron claramente
anunciadas por él, aunque adoptando la forma y textura de la literatura.
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Cuanto más tiempo ahorramos, menos tenemos. La prisa de la máquina se contagia al hombre.
Podemos dejar atrás el viento y la tormenta, pero no podemos superar al demonio de la prisa. Cuanto
más lejos vayamos, más aguijoneante será su acicate. Lo que ahorramos en tiempo
lo consumimos en espacio; tenemos que ocupar mayor superficie. Lo que ganamos en fuerza y
comodidad es contrarrestado con creces por la acritud de la tarea.
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Se podría aducir que la ciencia ha contribuido a la
salud y a la longevidad del género
humano, que los avances de la cirugía, la fisiología, la patología y la terapéutica han
aliviado en gran medida el sufrimiento y
prolongado nuestra vida. Esta es una verdad incuestionable, pero todo lo que hace la
ciencia al servirnos así es devolver con
una mano lo que nos robó con la otra.
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El conocimiento no entra en el ámbito de la literatura
a menos que desemboque de algún modo en
la vida, el carácter, el impulso, la
motivación, el amor, la virtud; en suma, en alguna cualidad o atributo del hombre. Lo único que tiene
interés pleno para el hombre es el
hombre mismo. En la naturaleza sólo espigamos los rasgos humanos: únicamente aquellas cosas que
de algún modo recuerdan o interpretan el ideal que llevamos dentro.
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Las rocas, las nubes, la lluvia y el mar son de sumo interés
ya que, más o menos directamente, están relacionados con nuestra vida natural .
Y puede decirse que cuanto más se aleje cualquier cosa de la naturaleza y se convierta en algo
artificial, menor será nuestro interés
por ella. Así, es más agradable a la vista el velero que la motora; el viejo molino movido por el
agua que el industrial accionado a
vapor; la chimenea que la estufa o el radiador. Las máquinas y herramientas no son tan
interesantes como las armas.
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La literatura aprecia más al granjero que al comerciante; al jardinero que
al agrónomo, y se interesa más por el
ganadero, el pastor, el pescador, el leñador y el minero que por los hombres que se dedican a ocupaciones más elegantes y artificiales.
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En el arte, en
la literatura, en la vida, nos atrae lo que se manifiesta más armónico y cercano a ella, ¡Cuán mayor es la
emoción que nos produce el conocimiento
natural, no enseñado, que el profesional!
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A la literatura le interesa más la vida de las chozas
que la de los palacios, excepto cuando
la naturaleza interviene en la misma medida
en ambos.
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Los rayos
directos del fuego siguen siendo mejores para asar una patata que el calor conducido.
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No puedo respirar
el éter cósmico del investigador abstruso, ni medrar con los gases que produce el científico en su
laboratorio; me basta con el aire de las
colinas y los campos.
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El auténtico poeta y el verdadero científico no son
extraños. Penetran en la naturaleza como dos amigos.
Miradles pasear por los campos y bosques
estivales. El más joven es mucho más activo e inquisitivo; de vez en cuando se aparta a un
lado para examinar algún objeto con más
detenimiento, arranca una flor, guarda cuidadosamente una cáscara, persigue a
un pájaro, contempla una mariposa;
después da vuelta a una piedra para escudriñar lo que hay debajo, se asoma a los pantanos, arranca
un fragmento de roca, y en todo momento
parece estar interesadísimo en conocer algo
particular y especial de las cosas que le rodean.El de más edad tiene un aire
de contemplación y gozo más ociosos. Su curiosidad por los detalleses menor, y
parece más deseoso de armonizar con el espíritu de la totalidad,
Hola ¿me puede enviar el poema de Ernesto Luis Rodríguez llamado "VAMOS AL MAR"? por favor.... Saludos y gracias!!
ResponderEliminarLe he dejado este mensaje más de 300 veces don, estaría bueno que me puedas responder ¿Ta?
Estimado Delcio. No estoy en Venezuela, donde tengo mi biblioteca con todos los libros que me regaló Ernesto Luis Rodríguez. Por ese motivo no puedo enviarte el poema que solicitas.
ResponderEliminarUhh que lastima.... bueno
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