FILOSOFÍA

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domingo, 14 de diciembre de 2025

"La vejez natural es debilidad, pero la vejez espiritual es su madurez perfecta"

 

 

Hegel, el filósofo indispensable: "La vejez natural es debilidad, pero la vejez espiritual es su madurez perfecta"






Hegel, uno de los grandes pensadores, nos invita a hacer una segunda lectura de nuestra propia vida. La vida interior no tiene que hundirse al mismo ritmo que el cuerpo se deteriora. Al contrario, en la madurez alcanza su plenitud.

 

Pablo Cubí del Amo

Periodista especializado en actualidad, bienestar y estilo de vida

 

 

12 de diciembre de 2025 · 20:00

Hegel

Si te hablan de Hegel, quizá pienses en tomos imposibles, frases interminables y una fama de filósofo duro. Hegel no es un autor fácil, eso no lo va a negar nadie. Sin embargo, en medio de toda esa maquinaria conceptual, hay también reflexiones sencillas e inspiradoras.

Entrar a fondo en la obra de este filósofo alemán, figura clave del idealismo, no es tarea de este artículo. Pero vamos a abordar una de sus grandes obsesiones, el espíritu, porque nos da consejos muy útiles de crecimiento personal.

 

No es el espíritu entendido como espectro o alma, sino como la suma de nuestra vida consciente, nuestra cultura y nuestra historia. Es decir, vamos a hablar de quiénes somos en verdad. Para él, el espíritu tiene infancia, juventud, madurez y vejez. Es como el cuerpo. Pero funciona a un ritmo muy diferente.

 

Hegel y la historia del hombre

Por aportar una pincelada histórica, diremos que Hegel, que vivió la revolución francesa, las guerras napoleónicas y la reorganización de Europa, se hizo famoso por aportar la idea de conflicto a la filosofía.

 

Su manera de entender la realidad como un proceso: nada está quieto, todo se mueve dialécticamente, a través de conflictos y superaciones. La famosa idea de dualidad hegeliana.

 

Respecto al espíritu del hombre, el geist alemán, plantea que es una entidad que va creciendo en nosotros, pero no en la misma forma que lo hace el cuerpo. Es al contrario.

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Thich Nhat Hanh, filósofo y maestro budista: “Para ser feliz tienes que dejar de culpar a los demás de lo que te pasa".

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"La vejez natural es debilidad, pero la vejez espiritual es su madurez perfecta", nos dice. Esta frase, que se ha hecho célebre, procede de Lecciones sobre la filosofía de la historia. No es una obra escrita por él en sí, sino que son apuntes que recogieron estudiantes y que se publicaron tras su muerte.

 

Hegel lo utilizaba para hablar de historia. Creía que el momento del mundo germánico-cristiano, en el que vivía, había llegado por fin a su plenitud. Tras guerras e imperios, el hombre ata cabos y se entiende mejor a sí mismo.

 

La sabiduría que hay en la vejez

Si lo traducimos a lenguaje de ahora, Hegel nos está diciendo que el cuerpo envejece y se debilita. Eso es inevitable: tenemos menos energía, nos duelen las articulaciones, perdemos vista. Nada de eso tiene por qué pasar en la “vejez de espíritu”.

 

En la vejez podemos encontrar los momentos de mayor lucidez, cuando todo lo vivido encaja de otra manera. Todos vamos acumulando años, cicatrices, cambios de opinión.

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Qué quería decir el filósofo David Hume al afirmar: "La razón debe ser esclava de las pasiones"

 

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La idea hegeliana sugiere que ahí puede haber algo más que desgaste: la posibilidad de una segunda lectura de nuestra propia vida, más serena, más integrada, menos esclava del “tengo que demostrar cosas”.

 

Lo importante no es solo cuánto aguanta el cuerpo, sino qué haces con todo lo que has vivido. Puedes alcanzar una comprensión más honda de todo el camino recorrido.

 

Europa como reserva moral

Vamos al sentido original de la frase. Hay que recordar que Hegel nos hablaba desde la historia. Hegel decía que también las sociedades tienen edad. El filósofo hacía su análisis para explicar una vieja Europa en declive. ¿Te suena actual la definición?

 

Sin embargo, esa Europa podía haber llegado a su apogeo “espiritual”, es decir, moral. La historia no le dio la razón. Europa volvió a caer en guerras fratricidas. Pero hoy nos vuelve a apelar. ¿Es esta “vieja Europa” el último baluarte de la moral, de los derechos humanos, de la democracia? Somos lo que Ghandi en India.

 

Francesc Miralles: "La mayoría de nuestras preocupaciones son fantasías dolorosas sobre lo que podría pasar"

Francesc Miralles

 

Cuando discutimos sobre si Europa o todo Occidente está en decadencia, repetimos el debate hegeliano. Para él, las culturas pasan por fases: entusiasmo juvenil, rigidez imperial, crisis… La cuestión es si ese ocaso es pura ruina o puede ser una oportunidad para volverse más consciente y más libre.

 

Solo la misma Historia podrá contestar con el tiempo si somos mejores que imperialismos, dirigentes dictatoriales y el poder del más fuerte. O, por el contrario, nuestro espíritu colectivo de democracia y respeto a los derechos humanos era una hipocresía y nuestra moral no es mejor que la de otros pueblos.

 

Cómo aplicar esa “vejez espiritual”

Pero vamos a pensar de una manera más práctica y personal en la frase de Hegel. Si seguimos saliendo del siglo XIX y lo miramos desde hoy, el mensaje se puede leer casi como un consejo vital:

 

No todo declive es pura pérdida. Hegel nos apunta que hay etapas en las que, desde fuera, todo parece “a la baja”, pero que pueden ser también momentos de claridad. La pregunta no es solo “cuánto aguantamos”, sino “qué hemos aprendido”.

Madurar no es repetir la juventud con canas. La “vejez espiritual” no consiste en intentar ser eternamente joven, sino en integrar la propia historia, con sus fracasos, culpas y decisiones. Hegel diría que el espíritu madura cuando no huye de sus contradicciones, sino que las asume y las transforma.

Quedémonos con estas ideas. Y en cuanto a la historia, apliquémonos en votar en conciencia a quien creamos que representan mejor esos valores morales de Europa.

domingo, 7 de diciembre de 2025

LA FELICIDAD

 

LA FELICIDAD SEGÚN VARIOS FILÓSOFOS.

 

Celia Pérez León

Redactora especializada en estilo de vida, bienestar y cultura

 


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Los grandes filósofos de la historia coinciden sobre dónde hallar la felicidad: “Es imposible encontrarla en ningún otro lugar”

La filosofía puede orientarnos en un mundo en el que poseemos pocas certezas, en especial si hablamos de aquellos grandes filósofos que han acompañado a la humanidad a lo largo de toda la historia. Y una de sus mayores lecciones es un mapa emocional que nos conduce hacia la felicidad.

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Cuando uno estudia filosofía se encuentra con una revelación curiosa. En lugares distintos del mundo, casi al mismo tiempo, personas muy diferentes llegaban a conclusiones similares sobre la felicidad. Incluso la sabiduría oriental y la filosofía occidental, que tanto se ha insistido académicamente en separar, encuentran puntos comunes.

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Lo descubrimos, por ejemplo, al estudiar a Buda y a Aristóteles. O a Confucio y Epicteto. Separados por siglos y kilómetros, sin un acceso a internet que los conectase, sus ideas acaban viéndose entrelazadas en la historia.

Cuando esto sucede, es fácil llegar a la conclusión de que algo especial se esconde en sus enseñanzas. Son lecciones transversales, que sobreviven al tiempo y al espacio, y que se revelan ante aquellos que se atreven a reflexionar, a aceptar la verdad y a mirar el mundo sin contarse mentiras. Son esas certezas, esas lecciones ancestrales, las que en este presente tan incierto pueden guiarnos hacia la felicidad.

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Una de esas grandes lecciones, con la que comenzamos este viaje y que abarca todas las enseñanzas que podemos extraer de otros tantos filósofos, nos la dejó Schopenhauer. El filósofo del pesimismo nos dijo: "Es difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en ningún otro lugar". Así, este viaje a través de la filosofía es, en cierta medida, un viaje hacia el centro de uno mismo. 

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Reflexionar sobre la felicidad, su origen, forma y definición ha sido tarea de la filosofía desde el comienzo de los tiempos. Ya Confucio, en el siglo VI a.C., nos dejó algunos proverbios y frases que adivinan lo que otros confirmaron con el tiempo. La felicidad no es una emoción temporal, no es como la alegría, fugaz e intensa. Es algo más profundo, algo imperecedero que se instala en aquel que aprende a buscarla en los lugares indicados. El resultado de una actitud correcta ante las circunstancias.

Y es que, si la felicidad debe ser imperecedera, no puede depender jamás de aquello que permanece ajeno a nuestro control. La felicidad, por tanto, nos pertenece, y depende de nuestra actitud ante la vida.

 

“Solo puede ser feliz siempre, aquel que sabe ser feliz con todo”, escribió el pensador chino. Con esta sencillez puso sobre la mesa uno de los debates eternos de la humanidad, y que sin duda ha acabado corroborándose en el presente.

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Si Confucio nos advertía que la felicidad se reserva en exclusiva para aquel que sabe ser feliz con todo, Epicteto, nacido casi 500 años después, daba un giro nuevo a la idea. “No pretendas que las cosas sucedan como tú quieres, desea que sucedan como suceden y serás feliz”, dijo el filósofo latino.

 

La clave no es, por tanto, contentarse con lo que sucede, sino amar al destino. ‘Amor fati’, esa fue una de las grandes lecciones de los estoicos.

Estos pensadores nos advertían que, en realidad, no conocemos el futuro. No podemos saber si lo que hoy nos parece trágico, mañana acabará convirtiéndose en motivo de alegría. Y en cualquier caso, incluso en la más compleja de las circunstancias, contamos siempre con nuestra actitud para salir adelante. Podemos convertir las adversidades en lecciones, saliendo así fortalecidos.

 

La lección de Epicteto para hallar la felicidad es, por tanto, aprender a amar el destino. Aceptarlo, suceda lo que suceda, creyendo firmemente que era lo mejor que podía suceder.

Para poder aplicarnos en la enseñanza de Epicteto debemos vencer a uno de los grandes enemigos de la felicidad, según todos los grandes pensadores de la historia: el deseo. Nuestros deseos nos alejan de esa actitud estoica que acepta sin más las circunstancias, y que nos recomendaban los dos pensadores mencionados.

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Este giro lo introduce, por ejemplo, Jean-Paul Sartre, filósofo existencialista, en alguno de sus estudios. “La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”, sentencia el pensador.

 

Su mensaje era potente. Somos esclavos de nuestras heridas y de nuestro deseo, en tanto no seamos conscientes de que impulsan nuestras acciones. Esta toma de conciencia, reconocer que nuestra voluntad puede verse sometida a nuestra emocionalidad, nos permite liberarnos. Y la forma de hacerlo es comprender que todo aquello que haces y crees aborrecer, es en realidad una elección libre.

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La última lección vital de Oscar Wilde: "La humildad es lo último que me queda y el mejor descubrimiento. El punto de partida de un camino nuevo"

Así, ir a trabajar puede ser algo que no te apetezca, algo que no obedece a tu deseo. Pero eres consciente de los beneficios que te reporta a largo plazo dicha acción, y de esa manera, sometes al deseo y te haces libre. Puedes dejar de decir “tengo que ir a trabajar” y puedes empezar a decir “quiero ir a trabajar”. Porque comprender que tu voluntad es superior al deseo, y sabes que eres responsable de tu propia felicidad.

 

Sobre la teoría, los filósofos occidentales son grandes maestros. Sobre la práctica, nada como el budismo para aprender a conectar. Y es que todo lo que nos presentan los anteriores pensadores nos lleva a un punto común, que comienza a dibujarse como ese espacio imaginario en el que se esconde la felicidad: el presente.

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“El momento presente está lleno de alegría y felicidad, pero no lo ves porque no estás atento”, escribe el maestro budista Thich Nhat Hanh al respecto. Aceptar el presente, amar el destino, tomar valor de nuestras acciones… Todo ello nos lleva directos hacia una verdad poderosa: la felicidad se encuentra siempre en el presente.

 

Es la meditación, la práctica contemplativa, la que nos permite conectar con el presente en toda su extensión. Y así descubriremos que la felicidad está en el placer de compartir y experimentar, poniendo los cinco sentidos en ello.

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Sobre esta práctica contemplativa nos habla también Byung-Chul Han, a quien podemos considerar ya como uno de los grandes filósofos de la historia. En su Vida contemplativa, el pensador arremete contra otra gran filósofa del pasado, Hannah Arendt. “La felicidad no tiene que ver con una vida activa, como decía Hannah Arendt, tiene que ver con una vida contemplativa”, sentencia el surcoreano.

 

La vida contemplativa es para Byung-Chul Han una forma de revolución silenciosa en el presente. En un mundo sobresaturado de acción, información y exigencias, para huir del deseo y de la cultura del “sí puedo”, que nos vuelve esclavos de la productividad, el pensador nos propone volver a la contemplación.

 

La contemplación es ese tiempo libre de exigencias, ese espacio en el que los minutos suceden sin que nada los ocupe. Y podría ser el verdadero secreto para conectar con el presente, para tener el tiempo de tomar conciencia de nuestras acciones, para amar el destino y, por supuesto, ubicarnos en ese espacio de aceptación total en el que Confucio afirmaba que podemos ser felices para siempre.