LA
FELICIDAD SEGÚN VARIOS FILÓSOFOS.
Celia
Pérez León
Redactora
especializada en estilo de vida, bienestar y cultura
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Los
grandes filósofos de la historia coinciden sobre dónde hallar la felicidad: “Es
imposible encontrarla en ningún otro lugar”
La
filosofía puede orientarnos en un mundo en el que poseemos pocas certezas, en
especial si hablamos de aquellos grandes filósofos que han acompañado a la
humanidad a lo largo de toda la historia. Y una de sus mayores lecciones es un
mapa emocional que nos conduce hacia la felicidad.
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Cuando
uno estudia filosofía se encuentra con una revelación curiosa. En lugares
distintos del mundo, casi al mismo tiempo, personas muy diferentes llegaban a
conclusiones similares sobre la felicidad. Incluso la sabiduría oriental y la
filosofía occidental, que tanto se ha insistido académicamente en separar,
encuentran puntos comunes.
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Lo
descubrimos, por ejemplo, al estudiar a Buda y a Aristóteles. O a
Confucio y Epicteto. Separados por siglos y kilómetros, sin un acceso a
internet que los conectase, sus ideas acaban viéndose entrelazadas en la
historia.
Cuando
esto sucede, es fácil llegar a la conclusión de que algo especial se esconde en
sus enseñanzas. Son lecciones transversales, que sobreviven al tiempo y al
espacio, y que se revelan ante aquellos que se atreven a reflexionar, a aceptar
la verdad y a mirar el mundo sin contarse mentiras. Son esas certezas, esas
lecciones ancestrales, las que en este presente tan incierto pueden guiarnos
hacia la felicidad.
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Una
de esas grandes lecciones, con la que comenzamos este viaje y que abarca todas
las enseñanzas que podemos extraer de otros tantos filósofos, nos la dejó Schopenhauer.
El filósofo del pesimismo nos dijo: "Es difícil encontrar la felicidad
dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en ningún otro lugar".
Así, este viaje a través de la filosofía es, en cierta medida, un viaje hacia
el centro de uno mismo.
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Reflexionar
sobre la felicidad, su origen, forma y definición ha sido tarea de la filosofía
desde el comienzo de los tiempos. Ya Confucio, en el siglo VI
a.C., nos dejó algunos proverbios y frases que adivinan lo que otros
confirmaron con el tiempo. La felicidad no es una emoción temporal, no es como
la alegría, fugaz e intensa. Es algo más profundo, algo imperecedero que se
instala en aquel que aprende a buscarla en los lugares indicados. El resultado
de una actitud correcta ante las circunstancias.
Y
es que, si la felicidad debe ser imperecedera, no puede depender jamás de
aquello que permanece ajeno a nuestro control. La felicidad, por tanto, nos
pertenece, y depende de nuestra actitud ante la vida.
“Solo
puede ser feliz siempre, aquel que sabe ser feliz con todo”, escribió el
pensador chino. Con esta sencillez puso sobre la mesa uno de los debates
eternos de la humanidad, y que sin duda ha acabado corroborándose en el
presente.
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Si
Confucio nos advertía que la felicidad se reserva en exclusiva para aquel que
sabe ser feliz con todo, Epicteto, nacido casi 500 años después,
daba un giro nuevo a la idea. “No pretendas que las cosas sucedan como tú
quieres, desea que sucedan como suceden y serás feliz”, dijo el filósofo
latino.
La
clave no es, por tanto, contentarse con lo que sucede, sino amar al destino. ‘Amor
fati’, esa fue una de las grandes lecciones de los estoicos.
Estos
pensadores nos advertían que, en realidad, no conocemos el futuro. No podemos
saber si lo que hoy nos parece trágico, mañana acabará convirtiéndose en motivo
de alegría. Y en cualquier caso, incluso en la más compleja de las
circunstancias, contamos siempre con nuestra actitud para salir adelante.
Podemos convertir las adversidades en lecciones, saliendo así fortalecidos.
La
lección de Epicteto para hallar la felicidad es, por tanto, aprender a amar el
destino. Aceptarlo, suceda lo que suceda, creyendo firmemente que era lo mejor
que podía suceder.
Para
poder aplicarnos en la enseñanza de Epicteto debemos vencer a uno de los
grandes enemigos de la felicidad, según todos los grandes pensadores de la
historia: el deseo. Nuestros deseos nos alejan de esa actitud estoica que
acepta sin más las circunstancias, y que nos recomendaban los dos pensadores
mencionados.
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Este
giro lo introduce, por ejemplo, Jean-Paul Sartre, filósofo existencialista, en
alguno de sus estudios. “La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino
querer lo que uno hace”, sentencia el pensador.
Su
mensaje era potente. Somos esclavos de nuestras heridas y de nuestro deseo, en
tanto no seamos conscientes de que impulsan nuestras acciones. Esta toma de
conciencia, reconocer que nuestra voluntad puede verse sometida a nuestra
emocionalidad, nos permite liberarnos. Y la forma de hacerlo es comprender que
todo aquello que haces y crees aborrecer, es en realidad una elección libre.
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La
última lección vital de Oscar Wilde: "La humildad es lo último
que me queda y el mejor descubrimiento. El punto de partida de un camino
nuevo"
Así,
ir a trabajar puede ser algo que no te apetezca, algo que no obedece a tu
deseo. Pero eres consciente de los beneficios que te reporta a largo plazo
dicha acción, y de esa manera, sometes al deseo y te haces libre. Puedes dejar
de decir “tengo que ir a trabajar” y puedes empezar a decir “quiero ir a
trabajar”. Porque comprender que tu voluntad es superior al deseo, y sabes que
eres responsable de tu propia felicidad.
Sobre
la teoría, los filósofos occidentales son grandes maestros. Sobre la práctica,
nada como el budismo para aprender a conectar. Y es que todo lo que nos
presentan los anteriores pensadores nos lleva a un punto común, que comienza a
dibujarse como ese espacio imaginario en el que se esconde la felicidad: el
presente.
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“El
momento presente está lleno de alegría y felicidad, pero no lo ves porque no
estás atento”, escribe el maestro budista Thich Nhat Hanh al
respecto. Aceptar el presente, amar el destino, tomar valor de nuestras
acciones… Todo ello nos lleva directos hacia una verdad poderosa: la felicidad
se encuentra siempre en el presente.
Es
la meditación, la práctica contemplativa, la que nos permite conectar con el
presente en toda su extensión. Y así descubriremos que la felicidad está en el
placer de compartir y experimentar, poniendo los cinco sentidos en ello.
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Sobre
esta práctica contemplativa nos habla también Byung-Chul Han, a
quien podemos considerar ya como uno de los grandes filósofos de la historia.
En su Vida contemplativa, el pensador arremete contra otra gran filósofa del
pasado, Hannah Arendt. “La felicidad no tiene que ver con una vida activa, como
decía Hannah Arendt, tiene que ver con una vida contemplativa”, sentencia el
surcoreano.
La
vida contemplativa es para Byung-Chul Han una forma de revolución silenciosa en
el presente. En un mundo sobresaturado de acción, información y exigencias,
para huir del deseo y de la cultura del “sí puedo”, que nos vuelve esclavos de
la productividad, el pensador nos propone volver a la contemplación.
La
contemplación es ese tiempo libre de exigencias, ese espacio en el que los
minutos suceden sin que nada los ocupe. Y podría ser el verdadero secreto para
conectar con el presente, para tener el tiempo de tomar conciencia de nuestras
acciones, para amar el destino y, por supuesto, ubicarnos en ese espacio de
aceptación total en el que Confucio afirmaba que podemos ser felices para
siempre.
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