FILOSOFÍA

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viernes, 17 de diciembre de 2021

LOS ANIMALES EN LA DIETA DEL HOMBRE EN EL EMILIO

 


LOS ANIMALES EN LA DIETA DEL HOMBRE EN EL EMILIO

Edgardo Rafael Malaspina Guerra

(Plutarco explica la razón por la cual Pitágoras no era carnívoro)

Rousseau hace esa extensa cita porque le parece muy importante.

1

Una prueba entre otras que demuestran cómo la afición a comer carne no es natural en el hombre, la encontramos en la indiferencia con que los niños la miran, y su preferencia por otros alimentos, como lacticinios, pasteles, frutos, etc. Es muy importante conservarles esta afición primitiva y no convertirlos en carnívoros; si esto no se realiza por su salud, debe ser para mejorar su carácter, puesto que, expliquen como quieran la experiencia, la verdad está en que generalmente los que comen mucha carne son más crueles y feroces que los otros hombres; esto ha sido comprobado en todos los tiempos y países. Es una cosa muy notable la humanidad inglesa. Por el contrario, los gauros son los más pacíficos de los hombres.

2

Todos los salvajes son crueles y sus costumbres no les incitan a que lo sean; por lo tanto, esta crueldad proviene de sus alimentos; van a la guerra como a la caza y tratan a los hombres del mismo modo que si se tratara de osos. Se da el caso de que en Inglaterra no son admitidos como testigos los carniceros ni los cirujanos. Los perversos salvajes se endurecen para los homicidios bebiendo sangre.

3

Homero pinta a los cíclopes como comedores de carne, como hombres horrorosos, y a los lotófagos como un pueblo tan amable que en cuanto se había probado su trato, el huésped se olvidaba de su país para seguir viviendo con ellos.

4

“Me preguntas —decía Plutarco— por qué se abstenía Pitágoras de comer carne, pero yo te pregunto qué espíritu era el del hombre que primero acercó a su boca un trozo de carne muerta, que con los dientes rompió los huesos de una bestia muerta, que hizo que le sirvieran plato de cuerpos muertos, de cadáveres, y que tragó miembros que un instante atrás mugían, balaban, andaban y veían. ¿Cómo pudo con su mano clavar un hierro en el corazón de un ser sensible, soportar sus ojos una muerte y ver sangrar, desollar y desmembrar a un pobre animal indefenso? ¿Cómo pudo contemplar el jadear de las carnes, cómo su olor no le trastornó el corazón, ni sentir repugnancia y asco? ¿Cómo no le embargó el horror cuando limpió la podre de las heridas y la negra y cuajada sangre que las cubría?”

5

Por tierra arrastran pieles desolladas

.Mugen al fuego carnes espetadas,

Que el hombre se come sin sufrir,

Y en su vientre las oye gemir.

“Esto fue lo que tuvo que imaginar y sentir la vez primera que el hombre venció su naturaleza para celebrar este horrible banquete; la primera vez que tuvo hambre de una bestia viva, que quiso comer de un animal que aún pacía, y que dijo cómo había de degollar, de despedazar, de cocer la oveja que le lamía las manos. De los que empezaron estos crueles banquetes, no de los que les rehúyen, es de quienes hay que asombrarse, aunque los primeros pudieran justificar su inhumanidad con disculpas a las que no podemos recurrir nosotros, y que por lo tanto nos hacen cien veces más inhumanos que ellos”.

6

“Mortales amados de los dioses, nos dirían aquellos hombres primitivos, comparad los tiempos, observad cuán felices sois vosotros y cuán miserables éramos nosotros. Recién formada la tierra, el aire cargado de vapores, aún no eran dóciles al orden de las estaciones; insegura la corriente de los ríos, por todas partes arrasaban las riberas; estanques y lagos y hondos marjales inundaban las tres cuartas partes de la superficie del orbe, y el otro cuarto era ocupado por riscos y selvas estériles. La tierra no daba de sí ningún fruto sazonado; carecíamos de toda clase de aperos e ignorábamos el arte de servirnos de ellos, y por consiguiente para quien nada había sembrado, nunca le llegaba el tiempo de la cosecha. Así, invariablemente, nos acosaba el hambre. En invierno, nuestros manjares eran el helecho y la corteza de los árboles. Algunas raíces tiernas de brezo y de grama eran nuestro regalo, y cuando los hombres podían hallar algún hayuco; algunas bellotas o nueces, bailaban de gozo alrededor de un roble o de un haya, al son de alguna rústica cantinela, llamando madre y nodriza a la tierra. Éstas eran sus fiestas, sus únicos juegos; todo lo demás de la vida humana sólo era dolor, penalidad y miseria, Por último, cuando por estar yerma y desnuda la tierra, no nos ofrecía nada, viéndonos obligados a maltratar la naturaleza para nuestra conservación, nos comimos a los compañeros de nuestra miseria antes de vernos obligados a morir con ellos.

7

 Mas a vosotros, hombres crueles, ¿qué es lo que os fuerza a derramar sangre? Observad la gran cantidad de bienes de que estáis rodeados, la cantidad de frutos que ofrece la tierra, las riquezas que producen los campos y las viñas, la cantidad de animales que brindan su leche para alimentarnos y su vellocino para que nos sirva de abrigo. ¿Qué más pedís? ¿Qué furia os incita a cometer tantas muertes, estando hartos de víveres y llenos de otros bienes? ¿Por qué mentís contra nuestra madre, acusándola de que no puede alimentaros? ¿Por qué pecáis contra Ceres, inventora de las sagradas leyes, y contra el gracioso Baco, consolador de los mortales, como si sus pródigos dones no fuesen suficientes para la conservación del linaje humano? ¿Cómo tenéis valor para mezclar en vuestras mesas huesos con los frutos más suaves, y para comer con la leche la sangre de los animales que os la dieron?

8

 Las panteras y los leones, a los que vosotros llamáis fieras, actúan forzados por su instinto, y para poder vivir se ven obligados a matar a los demás brutos. Mas vosotros, que sois cien veces más fieros que ellos, resistís sin ninguna necesidad vuestro instinto con el fin de entregaros a vuestras crueles delicias. No son los animales que coméis los que se comen a los demás; a los animales carniceros, a los cuales vosotros imitáis, no os los coméis, pero os coméis a los que no perjudican a nadie y son inocentes y mansos, y son vuestros amigos, de los cuales os servís y pagáis sus servicios devorándolos.

9

¡Oh, matador contra la naturaleza! Si te empeñas en creer que la naturaleza te crió para devorar a tus semejantes, a seres de carne y hueso, que como tú sienten y viven, vence el horror que a tan espantosos banquetes te conduce; mátalos tú, digo con tus propias manos, sin hierro y sin ningún, cuchillo; destrózalos con tus uñas, como hacen los leones y los osos; muerde a ese toro, hazle pedazos, clávale tus garras; cómete a ese cordero vivo, devora sus carnes humeantes y bébete con su alma su sangre. ¿Te estremeces? ¿No te atreves a sentir cómo entre tus dientes palpita una carne viva?

10

¡Hombre compasivo, que empiezas matando al animal, y luego te lo comes, para que muera dos veces! No te quedas satisfecho con eso; todavía te repugna la carne muerta, no te la puedes meter en las entrañas; es forzoso que sea transformada al fuego: cocerla, asarla, sazonarla con ingredientes que la disfracen; acudes a pasteleros, a cocineros, a otros hombres que te quiten el horror de la muerte, y te preparen cuerpos muertos, para que, engañado el sentido del gusto con estos disfraces, no deseches lo que te horroriza, y comas con deleite cadáveres cuyo aspecto ni los ojos hubieran podido sufrir”.

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