YO
CONOZCO EL CANTO DE TODOS LOS PÁJAROS
Edgardo
Malaspina
1
En
nuestra casa de Las Mercede del Llano teníamos muchos pájaros enjaulados, y esa
población creció cuando llegó la tía Carolina con sus propias aves: arrendajos,
canarios, turpiales, azulejos, pericos, y otras que no preciso ahora. El
arrendajo solía imitar el cacareo, el
canto de los gallos, el chirrido de una
sierra cortando madera y hasta el aullido del mono del señor Pipo que andaba por
allí de casa en casa cometiendo fechorías hasta que saltó sobre el tendido
eléctrico y cayó fulminado.
2
En
el grupo de los turpiales había uno que no era tal; y eso lo entiendo ahora
porque su canto y colores son inconfundibles. Se trata del gonzalito. Isaac
Pardo en su maravilloso libro “Esta tierra de gracia” afirma que su nombre
proviene del conquistador Garci González de Silva (1546-1625),
quien usaba un penacho de plumas amarilla y negras.
Garci
González de Silva se hizo famoso y “… la gente llamaba gonzalito a un pájaro
canoro que lucía por las enramadas su plumaje amarillo y negro”.
3
En
el patio construí un palomar. Recuerdo de manera especial a un palomo blanco que no volaba: solo caminaba detrás de
mí con su gorjeo. Los gatos exterminaron mi palomar, y desde entonces los odié;
luego me reconcilié con ellos y los tengo ahora entre mis mejores amigos.
4
Mis
compañeros cazaban pájaros con chinas -resorteras. Me explicaron el
funcionamiento y salimos de cacería. Un pájaro negro se posó sobre una rama. Es
un tordito, dije. Es un pingo-pingo, me corrigieron, tírale que está cerquita.
Estire las gomas a todo dar hasta el punto de que mis brazos quedaron
extendidos de extremo a extremo en línea horizontal. Apunté, disparé y caí al
suelo gritando de dolor: había colocado mi pulgar derecho en medio de la
horqueta, obstruyendo la trayectoria de la piedra, la cual colisionó certeramente
sobre mi uña que en pocos días cambio de color y luego se desprendió.
¡Oh
la ignorancia de las leyes de la balística!
5
Cuando
hice la primera comunión nos mandaron al confesionario. Le dije al cura que
tenía un pecado y otra cosa que no era pecado sino algo así como una mala
intención.
-¿Cuál
es el pecado?
-He
matado y rajado varios sapos para ver sus órganos…
-¿Y
la mala intención?
-Le
disparé con una china a un pájaro, pero fallé.
El
cura me indicó unos rezos. Callé sobre la autopedrada porque pensé que ya Dios
me había castigado.
6
Un
búho se posaba sobre el almendrón del patio y llenaba de tristeza mis tardes
mercedenses con su ulular, pero no se metía con nadie; en cambio un viejo
gavilán nos azotaba y se llevaba, cada día, entre sus garras un pollo. Mi padre
vio amenazada su cuerda de gallos finos, y una vez lo detuvo para siempre en
pleno vuelo con una vieja escopeta. Al caer salieron de sus plumas un montón de
piojos y sentí mucha lástima porque entendí que en el mundo animal también hay
pordioseros.
7
Conservo
entre mis papeles, porque me pareció conmovedor, un viejo recorte de periódico:
“…En
un pequeño pueblo de China una pareja de golondrinas construyó un nido en la
cornisa de una casa. El dueño de ésta última inmediatamente destruyó el refugio
de las aves. Por cinco veces consecutivas las golondrinas hicieron su nido, y por tanta veces el dueño
lo destruyó. Hasta que los pájaros, en un desesperado arrebato de impotencia,
se suicidaron lanzándose en picada…”
8
La
novela “1984” de Orwell es terrible por su contenido general, pero encontré un
párrafo que consideré muy poético. Se trata del momento cuando Winston, el
héroe de la obra, pasea por el bosque con su novia: “Un pájaro se había movido
en una rama…extendió las alas, volvió a colocárselas cuidadosamente en su
sitio, inclinó la cabecita un momento, como si saludara respetuosamente al
sol y empezó a cantar torrencialmente.
En el silencio de la tarde, sobrecogía el volumen de aquel sonido. La música
del ave continuó con asombrosas variaciones y sin repetirse nunca, casi como si
estuviera demostrando a propósito su virtuosismo. No tenía pareja ni rival que
lo contemplara. ¿Qué le impulsaba a estarse allí, al borde del bosque
solitario, regalándole su música al vacío?”.
9
¿Has
visto a los pájaros revolotear en las calles y de repente elevarse por
encima de las casas para contemplar a
París? ¡Cómo no van a tener alma, cómo un pájaro podría morir…!
(E. M Cioran en Silogismos de la amargura).
10
¡Un
preso político se sentía tan solitario que era toda una emoción contemplar un
gorrión paseándose por el alfeizar de su
ventana! ( Alexander Soljenitsin en
Archipiélago Gulag)
11
“Observen atentamente las aves del cielo…”
dijo Cristo (Mateo 6: 26).
12
Quise
recrear el mundo de mi infancia y llegué a tener muchos pájaros enjaulados,
pero una vez mientras leía una biografía
de Leonardo de Vinci vi dos líneas que cambiaron mi conducta hacia las aves:
“Leonardo
paseaba todos los días por las calles de
Florencia y se acercaba a los vendedores de pájaros enjaulados. Compraba las
aves y las liberaba”.
Liberé
las mías.
Una
vez vi a un señor que vendía una ardillita con unos pájaros. Le compre toda la
“mercancía”. Me acerqué a un lugar arbolado y abrí las jaulas.
Hubo
vuelo con trinos y una carrera festiva. ¡Y también me sentí libre!
13
Caminando
por las calles de Milán sin darnos cuenta llegamos a la Scala con su famoso
teatro de gruesas columnas y afiches anunciando la nueva temporada de óperas y
fábulas entre salas de terciopelo, palcos y lámparas brillantes de cristal de Bohemia.
A
unos pasos está la estatua de Leonardo, meditabundo y con una mano en gesto
elocuente de haber encontrado la solución a algún problema. Una paloma sobre su
cabeza se mueve hacia todos los lados para demostrarnos que no es parte del
conjunto escultural. Y pensé que no es casualidad el ave sobre su cabeza.
14
Un
juez en la India acaba de sentenciar lo siguiente:
“Las
aves tienen derechos fundamentales, incluido el derecho a vivir con dignidad, y
nadie puede ser sometido a la crueldad. Por lo tanto, tengo claro que todas las
aves tienen derechos fundamentales para volar en el cielo y nadie puede
mantenerlas en jaulas…”.
15
Todavía
convive con nosotros Julián, un loro que imita la risa de los que pasan por la
calle, dice “buenas” y grita “Coco, Coco, coco”, nuestra perra que murió hace
tiempo. Mi esposa le enseñó una canción en ruso, de la cual a veces suelta un
vocablo. Al escuchar mis pasos sacude sus plumas estentóreamente y al acercarme
a su jaula mueve la cabeza de arriba
abajo. Pronuncia palabras que sólo él entiende pero que por sus gestos simpáticos
pueden traducirse como “somos amigos para siempre”. Y creo no equivocarme al
interpretar el idioma papagayico porque en varias oportunidades se ha salido de
su jaula y ha regresado. No está preparado para vivir en libertad, no vuela, no
sabe procurarse sus alimentos y puede ser presa fácil de los depredadores. Por
eso seguimos enjaulados.
16
Cuando
le llevamos el alimento a Julián notamos que unos pájaros se acercaban para
recoger las migajas. Entonces hicimos un comedero con una rejilla de ventilador
colgante sobre la cual colocamos un plato. Todos los días les damos algo: un
pedazo de pan, unas sobras, una fruta.
Pero
¡oh sorpresa! Si acaso tardamos un poco en llevarles el desayuno luego de salir
el sol empiezan a trinar alborozadamente reclamando su ración.
¿Derechos
adquiridos? No importa, es muy bueno levantarse con la mejor música posible: la
de la propia naturaleza.
17
Uno
de los primeros poemarios publicados en la historia de la literatura fue el de
Alcmán de Sardes (siglo VII a de C). Un verso suyo es muy lapidario y hermosos: “Yo conozco el
canto de todos los pájaros”.
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