FILOSOFÍA

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domingo, 15 de enero de 2023

[29] LAS CONFESIONES DE UN PEQUEÑO FILÓSOFO.

 

 

[29]LAS CONFESIONES DE UN PEQUEÑO FILÓSOFO.


 Edgardo Rafael Malaspina Guerra

I

 José Martínez Ruiz , Azorín, (1873-1967) escribe Las confesiones de un pequeño filósofo (1904) para recorrer su infancia,  evocar sus días escolares y a sus maestros , en el Colegio de los Escolapios de Yecla y recordarnos que cuando somos niños todos somos filósofos porque hacemos muchas preguntas .  Y la filosofía es eso: hacer muchas preguntas que no tienen respuestas o tienen muchas; y, además, imprecisas, pero que sirven para orientarnos en el serpenteado camino de la vida. Azorín habla de las personas que rodearon su infancia y de sus almas; pero también habla de las cosas ,  las pequeñas y las grandes , que también tienen alma.

 

II

Lector: yo soy un pequeño filósofo; yo tengo una cajita de plata de fino y oloroso polvo de tabaco, un sombrero grande de copa y un paraguas de seda con recia armadura de ballena. Lector: yo emborrono estas páginas en la pequeña biblioteca del Collado de Salinas. Quiero evocar mi vida. Es medianoche; el campo reposa en un silencio augusto; cantan los grillos en un coro suave y melódico; las estrellas fulguran en el cielo fuliginoso; de la inmensa llanura de las viñas sube una frescor grata y fragante.

III

Yo, pequeño filósofo, he cogido mi paraguas de seda roja y he montado en el carro, para hacer, tras largos años de ausencia, el mismo viaje a Yecla que tantas veces hice en mi infancia. Y he puesto también como viático una tortilla y unas chuletas fritas. Toda mi infancia, toda mi juventud, toda mi vida han surgido en un instante.

 

IV

Frases:

1

No he podido resistir al deseo de visitar el colegio en que transcurrió mi niñez. No entres en esos claustros —me decía una voz interior—, vas a destruirte una ilusión consoladora. Los sitios en que se deslizaron nuestros primeros años no se deben volver a ver; así conservamos engrandecidos los recuerdos de cosas que en la realidad son insignificantes.

2

Y después, cuando ha tocado una campana y he visto cruzar a lo lejos una larga fila de colegiales con sus largas blusas, yo, aunque pequeño filósofo, me he estremecido, porque he tenido un instante, al ver estos niños, la percepción aguda y terrible de que «todo es uno y lo mismo», como decía otro filósofo, no tan pequeño: es decir, de que era yo en persona que tornaba a vivir en estos claustros: de que eran mis afanes, mis inquietudes y mis anhelos que volvían a comenzar en un ritornelo doloroso y perdurable. Y entonces me he alejado un poco triste, cabizbajo, apoyado en mi indefectible paraguas rojo.

3

No hay nada como la paz, el silencio y la sanidad del campo.

4

No hay nada como tomar el sol en invierno en plena campiña, o como dormitar en verano a la sombra de un árbol. Para mí es el cielo azul: para mí las montañas azules: para mí los aromas de los henos, de los habares, de las plantas montaraces; para mí el aire fino y sano: para mí las aguas delgadas y cristalinas. Yo soy un poco escéptico y no creo en las pompas mundanas. No doy el campo y sus placeres por nada.

5

Si yo tuviera que hacer el resumen de mis sensaciones de niño en estos pueblos opacos y sórdidos, no me vería muy apretado. Escribiría sencillamente los siguientes corolarios: «¡Es ya tarde!» «¡Qué le vamos a hacer!», y «¡Ahora se tenía que morir!» Tal vez estas tres sentencias le parezcan extrañas al lector: no lo son de ningún modo; ellas resumen brevemente la psicología de la raza española: ellas indican la resignación, el dolor, la sumisión, la inercia ante los hechos, la idea abrumadora de la muerte. Yo no quiero hacer vagas filosofías: me repugnan las teorías y las leyes generales, porque sé que circunstancias desconocidas para mí pueden cambiar la faz de las cosas, o que un ingenio más profundo que el mío puede deducir de los pequeños hechos que yo ensamblo leyes y corolarios distintos a los que yo deduzco. Yo no quiero hacer filosofías nebulosas: que vea cada cual en los hechos sus propios pensamientos.

6

Yo no sé lo que tiene esta pequeña ventana: si hablara de dolores, de sollozos y de lágrimas, tal vez al concretarla, no expresaría mi emoción con exactitud; porque el misterio de estas ventanas está en algo vago, algo latente, algo como un presentimiento o como un recuerdo de no sabemos qué cosas...

7

Ya os he hablado de las ventanas; ahora quiero que sepáis la emoción que en mí suscitan las puertas. Yo amo las cosas: esta inquietud por la esencia de las cosas que nos rodean ha dominado en mi vida. ¿Tienen almas las cosas? ¿Tienen alma los viejos muebles, los muros, los jardines, las ventanas, las puertas? Hoy mismo, sentado ante la mesa, con la pluma en la mano, he advertido que entraba en la pequeña biblioteca el mayoral de la labranza y me decía:

-Esta noche las puertas han trabajado mucho

8

Cada una tiene su vida propia. Hablan con sus chirridos suaves o broncos: tienen sus cóleras que estallan en recios golpes; gimen y se expresan, en las largas noches del invierno, en las casas grandes y viejas, con sacudidas y pequeñas detonaciones, cuyo sentido no comprendemos.

9

Las calles están silenciosas, desiertas; un viento furioso hace golpetear a intervalos una ventana del desván; a lo lejos brillan ante las hornacinas, en las fachadas, los farolillos de aceite. He oído las lechuzas en la alta torre de la iglesia lanzar sus resoplidos misteriosos. Y he sentido, en este ambiente de inercia y de resignación, una tristeza íntima, indefinible.

 

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